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miércoles, 2 de septiembre de 2020

Alejandro Li Hon/ El Torero (Serie:Cuento)

 



Cuando se inició en la academia taurina, había sido ovacionado como el héroe que materializaba el poder del hombre sobre la bestia; pero de pronto un día el decreto nacional que prohibía los espectáculos taurinos le había bajado el telón se había cerrado, y la misma gente que antes le dio aplausos de pie ahora lo despreciaba.


“Puedes probar en algún pueblito de la sierra. Sé de uno que está de fiesta.”, le dijo un antiguo promotor. Después de varios meses de eventos cerrados por familias importantes que ahora habían decidido fijar su atención en el otro protagonista de la arena y unirse a las cruzadas en defensa de los toros, su rostro cambió la depresión por alegría. Como su fama era conocida en muchos lugares, no podía camuflarse en el anonimato de otros trabajos que su edad le permitía. El solo pensamiento de volver a ser aplaudido como en sus años de gloria, le hizo abrazar la única oportunidad para despedirse de las arenas y jubilarse de su profesión con serenidad.


Lo cierto es que la ley gubernamental había sido tan repentina que muchos toreros se habían quedado sin trabajo, muchos jóvenes se habían vuelto activistas y muchos alcaldes habían quedado frustrados con sus espectáculos taurinos cancelados.  Pero en uno de esos tantos pueblos rurales que empezó visitar, encontró a un alcalde que había gastado el presupuesto en construir una plaza de toros que ahora había quedado inútil y los lugareños estaban descontentos porque su fiesta patronal no tendría corrida. 


Fiesta sin toro, no es fiesta. Así que el torero se ofreció para dar su último capotazo y alegrar la mayordomía con una única condición: que no le paguen nada y permitan a todos ingresar al sitio. Como el descontento popular predominaba por encima de la reciente ley y estaban en el día central festivo, el alcalde estuvo de acuerdo en la clandestinidad del evento. 


El viejo torero se enfundó en su traje de tabaco y oro, preparó su estoque y agarró el capote. Con brillo en los ojos como un boxeador que regresa al cuadrilátero, respiró agitadamente antes de que se abrieran los portones y se vio frente a su compañero taurino. Aunque era un toro mestizo, estaba adormecido y no tenía la elegancia de otros que había visto en su juventud, le pareció el más hermoso ejemplar con quien compartiría la despedida.


Después del Tercio de Varas, quedó finalmente frente al corniabierto bovino. Con toda la pasión de lo que alguna vez se llamó arte hizo las aperturas, los acortes y los capotazos al compás de los olés que retumbaron en las graderías. El baile era tan rítmico que capa y cornamenta parecían sincronizadas como si su adversario hubiese tomado conciencia de la mutua danza de clausura. No se aconchó en el Tercio de Muleta y siempre acometió con bravura pese a las banderillas ancladas en su piel. Sin aplomarse durante el Tercio de Muerte, lanzó un bramido furibundo y apresuró a dar su última embestida; el torero corrió a su encuentro para dar el tiro de gracia empuñando la espada que, escondida tras el rojo percal, esperaba hambrienta el corazón oculto bajo el lomo del animal. La mirada del matador se fusionó con la de la bestia mientras acero y carne hacían lo mismo en una perfecta estocada sin ahondar que finalizó la escena con la mejor rúbrica funeraria en la historia de toda su carrera.


Antes de recibir el plato decorativo con la cara del santo patrono que el alcalde en nombre de sus paisanos le quería dar, el torero fue interceptado por una muchedumbre de activistas que se había enterado de su desacato a la ley. Despojándole de su capa y rasgando su traje, lo sacaron con la cabeza cubierta en una tela sucia y lo empujaron a la trocha. El brillo de la calle lo encandiló y el polvo que se levantó le hizo estornudar. Un hombretón lo levantó y lo sujetó prensándolo. Unas muchachas, le untaron vaselina en los ojos y entre todos empezaron a picarlo con unos palos de madera como si fuese un saco inerte. “Salvaje despiadado”, le gritaban quienes esperaban su turno. Un verduguillo se asomó entre las mangas de uno de los presentes, pero en ese instante llegó la policía regional.


El evento fue intervenido y el torero fue subido al patrullero. La gente gritaba alterada mientras formaban un círculo y otros lugareños inmóviles observaban. El sabor de la sangre empezó a recorrer los labios del matador a la vez que era empujado hacia la tolva oscura de la camioneta. Se imaginó como a las reses bravas a las que tantas veces mareó frente a su capa. Pero no se defendió ni protestó; cerró los ojos y escuchó las palmas y gritos de esa última algarabía que había conseguido excitar, justo como en sus épocas de gloria.



(Versión reescrita de “El Torero”, publicado en el 2017 en el libro de relatos “El Guardarropa de Bea”)



RESEÑA


Alejandro Li Hon es el seudónimo literario de Carlos Alberto Chiroque Céspedes (Trujillo, 1985). Arquitecto de profesión y escritor por vocación. Desde los quince años cultiva la literatura, el dibujo y la pintura. En el año 2001, obtuvo el segundo lugar en la Feria Escolar Nacional de Ciencia y Tecnología con la historieta “Koté”. En el año 2008, recibió un reconocimiento de la comunidad literaria virtual “El Rincón de los Escritores” dirigida por el escritor Evgeny Zuhkov. En el año 2013, fue homenajeado por el Colegio de Arquitectos del Perú como coautor del himno nacional para dicha institución gremial. Pertenece desde el 2011 a la Sociedad Internacional de Poetas, Escritores y Artistas SIPEA – PERÚ.

Ha contribuido con colaboraciones para la sección de cuentos del diario La Industria y el libro colectivo “Deja que todo el mundo te cuente lo que pasó" de la editorial española Lo Que No Existe. Cuenta con dos publicaciones independientes: “La Esfera Verde” (2013) y “El Guardarropa de Bea” (2017).


3 comentarios:

  1. Gracias por la difusión y la noble cruzada de difusión de nuestra producción literaria.

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  2. Gracias por la difusión y la noble cruzada de difusión de nuestra producción literaria.

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  3. Excelente cuento con un arte narrativo expectante . Buenos deseos de seguir cultivando la poesia y el don literario innato envel autor . Bendiciones

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