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martes, 15 de septiembre de 2020

Andrea Cruzado - Hambre (Serie: Cuento)

 



Lo supe durante el verano, tenía ciertas sospechas, pero los límites de mi moral no me permitían aceptarlas. La tarde del 18 de enero fui ingresada por emergencia al hospital de mi ciudad, de aquel día solo recuerdo los mareos y la sangre en mi almohada, eso le dije al médico – miento - también recuerdo el crujido en mi estómago, el hambre.


El hambre es una de las sensaciones que más disfruto, se antepone a mi ansiedad, la controla y controla al vacío que siento; el hambre llena mi pensamiento de cosas deliciosas, me pone a prueba, sabe de mis límites:

 

“No tienes hambre, tienes sed.

No tienes hambre, tienes sed.

No tienes hambre, tienes sed.

No tienes hambre, tienes sed.

No tienes hambre, tienes sed.

No tienes hambre, tienes sed.”

 

Aquello resonaba en mi cabeza hasta convertirse en una línea que me ingresaba a un coma instantáneo que, con fuerza y destello rompía el congestionamiento de comida y vómito que reproducía mi memoria.

 

Regreso a la realidad.


Rin me mira un poco inquieto, le devuelvo la mirada, le sonrío - para mí un filete de carne muy jugoso - le respondo, acertando la carta que ni siquiera había leído pero que sostenía fuerte y pegada a la cara. Le explico que debo usar los servicios, retrocedo la silla, siento que Rin me observa extraño, presiento que la cita se irá a la mierda - vamos, todo siempre se va a la mierda - pienso. Nuestro amor es un juego erróneo y perdido, mis derrotas nunca son dignas, siempre arrojo la mentira y el dolor contra mí misma. Me levanto, deslizo mis manos, plancho mi falda escocesa y me ausento.

 

Camino entre las mesas, el tramo se hace largo, y el baño se me hace lejano. Mientras esquivo las sillas de los comensales alzándose para salir; ciertas ideas cuerdas llegan a mí, conciencia le llaman, lo cierto es que, ni siquiera estaba segura de lo que iba a hacer. Llevaba conmigo una mochila negra de un material muy suave parecido a la textura del durazno, dentro de ella mucho papel y mucha agua. Adentro lo importante es no hacer ruido. De entre todas las mesas llenas de personas, mi mirada se topa con la de una mujer, me mira firme, profundo; ese encuentro me perturba y me complace, su interés extraño era una suerte de recompensa en este campo de concentración; pienso entonces, que aquella mujer sospecha de mis intenciones. Se levanta.

 

¿vendrá hacia mí? ¿sabe que me preparo? ¿desde cuándo me observa? ¿será que estoy nerviosa y se me nota? ¿será el qué?

 

Mi cuerpo se tulle y sólo atino a buscar a mi compañero entre las mesas, sin hallarlo, un pájaro revolotea fuerte en mis intestinos, mi mente se debilita, mi visión se nubla, sin dudarlo

salgo de aquel restaurante y un golpe certero de aire me devuelve a la vida.

 

Detengo el primer bus que pasa, subo.

 

Con suerte el carro arranca antes de que yo logre sentarme, e inicia el deporte violento de dejar al azar el movimiento de mi cuerpo que, al final de ese pasillo se sacude y se tumba en el último asiento. Volteo y miro a Rin alejarse, volverse pequeño, estático; aquella escena me conmueve más de lo que podría soportar, lloro, uso gafas, le tiro un beso.


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