Traspapelada imagen de la lluvia
A la cuna donde duerme
al viento que la impulsa por las calles
las tardes de cuarentena
en que va en busca de croquetas y antibióticos
para las infecciones y las tripas de Perla
que se echa una siesta
pensando en las flemas
y en su terco corazón
aviento estas líneas en papel de despacho
para que al tanteo de las noches y presagios
a la hora de la sangre avivando la lumbre
la envuelva el sosiego de la memoria
el hormigueo de la alegría en las guitarras sordas
los fogonazos de la historia
la garúa
un poquito de mí
¿Qué has hecho con el paisaje ciego
de los pantanos purulentos
con las calles polvorientas y cenagosas
de los barrios rumorosos
con callejones y quintas
donde cada tanto amanecí
asesinado a manos de malhechores y fumones
de policías y cachacos réprobos
que aparecen en las noticias de la pandemia
económica y neoliberal
en los periódicos del gobierno
con que se envuelve el pescado
en las esquinas donde mean gatos y declamadores
burócratas y comerciantes
del paseo peatonal?
¿Qué has hecho con el dolor en mis ojos
cuando el sol golpea
con el rastro de la muerte
el recuerdo de la tos y de las fiebres
en las canciones perdidas
con las cicatrices ancestrales medievales y postmodernas
y con mis huesos en el camino
que nadie pudo encontrar?
A la cuna donde duerme
donde patea y donde sueña
con cabezas de carnero
cataplasmas sábilas y ajicitos
aviento esta fotografía
del mar de Buenos Aires
extensión inconfundible
de nuestras puestas de sol
de viajar por el claroscuro de la lluvia
y del cielo nublado
en busca de nuevos augurios
aviento esta historia traspapelada
en mi esperanza
mi alegría
yacones maticos y copaibas
un poquito de ti.
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Aprendizaje
Como los pescadores
pudriéndose en las bolicheras
las madrugadas que no hay pesca
y es imposible hacerse a la mar
aprendí a vivir en el infierno como si nada sin parpadear y sin descanso
sin pensar en la angustia de hablar solo
de contar o aparentar contarlo
apagando el fuego en mi cabeza
la obsesiva idea de tener ideas siempre
de prolongarme en las mismas
durante el sueño o cuando estoy despierto la implacable energía con que apuñalo la almohada
íntima y distante
donde habita mi voz.
Como en las cartas que he escrito
en los daguerrotipos que he olvidado en las playas
en los mares que he navegado
aprendí a permitirme el derecho a hablar
a revisar sin ambages la vida larga y angosta que he tenido
las patrañas y comedias de neurólogos atormentados
presos de su futuro
incapaces de descifrar la estrategia
con que me oculto en primera persona
vieja y efectiva arma para la única posibilidad
de transferir las ideas de mi cabeza a mis aurículas
y de ahí a mis pulmones.
Como los pescadores
habitando embarcaderos sin edad envejeciendo en las chalanas enmohecidas por la brisa
y la juventud eterna
aprendí a vigilar mi casa desde el océano
a escribir poesía en los velorios y en las huelgas
a coleccionar indignación y desapegos
a respirar hondo y a lanzar mi voz
o morir para siempre
a arder y levantarme al compás de las corrientes
con el desborde de los amaneceres
a abrazar a mi pequeña amada y recordar
lo que nunca se olvida.
Biografía:
Augusto Rubio Acosta es escritor, gestor cultural y comunicador social egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Su producción narrativa comprende los libros Avenida indiferencia, Mundo cachina, ¡Habla, San Pedrito! y la novela Fraga. En poesía, el autor ha publicado los volúmenes Inventario de iras y sueños, Mi camisa de comando y Poquita fe; además de las plaquetas Poemas de los días en que hablaba con el mar y El arte de remontar la zozobra. Recientemente acaba de publicar La peste que te habita [diarios].
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