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martes, 8 de septiembre de 2020

Jhimer J. Monzón - El Frío Fusil de la Revolución. (Serie: Cuento)



Perdida entre los eucaliptos, caminaba sollozando una muchacha. Era tarde ya, porque la luz que dejaban pasar las fornidas ramas era muy poca. Ya no tenía más lágrimas que derramar ni santos a quienes rezar. Le dolían tanto los ojos como los pies, y el frio empezó a erizar la piel de su cara descubierta. Estaba bien arropada como le consejo su guía turístico, solo que en el ande, al anochecer, el frio se mete por cualquier lugarcito descubierto que encuentra y te llega hasta los huesos.

De seguro sus amigos la estarían buscando, entonces se cuestionó si era mejor seguir caminado o quedarse en donde estaba; intentó sentarse por un rato a esperar a sus buscadores, pero concluyó que era mejor caminar, al menos así el cuerpo se calentaba un poco y hacía más soportable el frio. Varias horas tuvieron que pasar para que la muchacha dejara atrás el bosque de eucaliptos.

Cuando prestó atención a su alrededor vio una llanura interminable. La luna le proporcionaba la suficiente luz como para no tropezar con las champas de barro y las piedras. Todo este tiempo caminaba en sentido contrario al que vino en el bus turístico; porque, cuando descendieron a ver la laguna, escucho decir al guía que aún faltaba mucho por llegar si quiera a la mitad del viaje; por lo tanto, le pareció más lógico y rápido, regresar los kilómetros recorridos por el bus.

Habían partido de Ayacucho, así que era allí donde quería llegar. Pero en verdad, caminaba deseando encontrar Lima, tenía la ilusión que después de la siguiente loma podría ver millares de luces amarillas, y autos avanzar a toda prisa por las anchas autopistas de la capital.

¿Quién carajos dio la idea de viajar a Ayacucho?, recordó que fue su profesor de 

Historia y geografía.

- Muy bien, alumnos, todas las promociones anteriores han viajado a distintos e interesantes lugares, pero yo sé que ustedes no son como todos los demás. Sé que les gusta la aventura y descubrir nuevas cosas. Hasta ahora en el colegio, ninguna promoción tuvo la idea de viajar al interior del Perú. ¿Acaso no conocen Miami? ¿Qué hay de nuevo en Roma? Chicos conozcan su país, vivimos en una tierra de incontable riqueza natural y cultural como para estar asombrándonos por pequeños destellos fuera del nuestro territorio”.

Desde luego que en el salón nadie le hizo caso, en vez de eso, cada uno pensaba en la renovación de su pasaporte, porque a veces el trámite demora un poco y nadie quería quedarse sin viajar.

El profesor, lejos de sentirse humillado, se presentó en la reunión de padres donde estaban organizando la fiesta y el viaje de promoción para sus hijos; ahí dio otro discurso más largo y emotivo que el anterior, dejando a los padres divididos al momento de decidir el destino del viaje.

- Sí quieren que sus hijos conozcan el Perú, llévenlos un verano a mi casa de campo en Chiclayo; pero no quieran malograr el viaje de promoción de mi hijo. 

Nosotros ya hemos conversado con sus tíos en Roma para que separe el hotel para todos - dijo una madre de familia en un tono muypreocupado.

- ¿El bisabuelo de tu hijo no fue presidente del Perú? No crees que, al menos por consideración a su apellido, tu hijo debe conocer un poco mejor el país que gobernó su abuelo” - respondió otro padre.

Después de otros minutos de intenso debate, los padres acordaron que la fiesta de promoción seria en Ayacucho, con un pequeño tour, y el viaje oficial a Roma. Los adolescentes aceptaron sin reclamar, ya que su profesor se pasó toda una tarde hablando de las maravillas y aventuras que podrían vivir en el sur peruano. Carla de la Serna no sabía en donde se encontraba esta ciudad; pero reconocía el nombre, por un famoso enfrentamiento bélico que allí se llevó a cabo por la independencia del Perú. 

Ahora, que estaba perdida, podía levantar la vista y mirar como la luna coronaba los cerros, de verdad era algo maravilloso, por un instante se sintió reconfortada. 

Se sentó en una piedra para observar el paisaje, aunque no había ningún poste de luz, la claridad de la noche era perfecta. Recordó a su profesor de historia y geografía, de seguro a este tipo de experiencias maravillosas fue a las que él se refería. Miles de estrellas brillando con un fondo azul oscuro celestial, no había ruidos, estaba todo en un total silencio, aun así, ya no sentía miedo, hasta se puede decir que sentía calma o paz. Se recostó en la grama y cerró los ojos.

II

- ¿Tas bien hijita? ¿Qui tea pasao? – escucho decir en medio de la oscuridad, sus ojos estaban adormecidos - ¿Tas bien? ¡Despierta!

Abrió los ojos inmediatamente, el tono azul oscuro del cielo ya no estaba más, ahora era un celeste sereno manchado de nubes muy blancas. Volteo la mirada a la derecha y pudo ver a una anciana parada a su costado, tenía una vara en la mano y un sombrero tan viejo que parecía de papel corrugado.

- Buen día señora, me llamo Carla. Ayer viene de paseo con mis compañeros de colegio, en medio del viaje bajamos un momento a ver una laguna, pero luego escuchamos una explosión, y alguien empezó a gritar, me di cuenta que era una de las madres que señalaba con la mano hacia un cerro. Por ahí bajaban corriendo unos encapuchados, tenían armas y algunos venían a caballo. Cuando comenzaron a disparar al aire me di cuenta que era real. Todos comenzamos a correr para subirnos al bus, pero me resbalé en un hueco y con la caída perdí la conciencia por un instante, cuando pude levantar la cabeza vi al guía y a mi profesor de rodillas frente al bus. Todos mis compañeros estaban adentro, aunque ni ellos ni los encapuchados se percataban que yo estaba tirada en un hueco cerca de la laguna. Debido a que todas mis amigas en el bus estaban llorando muy fuerte, no podía escuchar bien lo que decían los asaltantes, pero logre oír algo como: 

“Malditos blancos burgueses” y “Ayudantes del imperio yanqui”. Después de unos instantes, uno de ellos sacó un arma de su cintura y apuntó a mi profesor y luego de gritar: “Mueran los opresores”, le disparó en la cabeza – Mientras Carla habla, los recuerdos se hacían imágenes en su mente, y estos se volvían físicos a través de lágrimas - Quise llorar, pero no pude, solo me quedé inmóvil, y sentí como mi corazón se paralizó por un instante. El cerebro de mi profesor estaba esparcido por el suelo y una de las llantas de bus estaba manchada con su sangre. El griterío de mis compañeros fue mayor cuando los asesinos subieron al bus, yo aproveché ese momento para levantarme y correr. Creo que nadie me vio. No sé qué habrá pasado con mis compañeros.

La anciana la miraba fijamente, pero Carla no podía descifrar lo que sentía aquella mujer, ya no pudo seguir hablando porque las ganas de llorar regresaron como un océano que se ha dado cuenta que ya retrocedió lo suficiente como para volver con fuerza a la orilla.

- Estos malditos asesinos – Habló la anciana – Malditos desgraciaos, como matan a las gentes sin temor a nada. Ay hijita, se nota que no eres de po acá. ¿De dónde teas venido?

- Yo soy de Lima señora, hoy día debía ser mi fiesta de promoción en el salón del Hotel Imperial en Ayacucho, pero antes, mis compañeros y yo, debíamos hacer un tour, para conocer mejor la sierra. Mi madre no subió al bus, debido al mal de altura y se quedó en el hotel haciendo los preparativos, junto a otras madres. 

Tenemos que llamar a la policía, llamar a mi madre para decirle donde estoy y lo que pasó.

- Yo no puedo hacer nada más que llevarte a mi casita – decía la anciana, mientras limpiaba, con la mano, el buzo de Carla manchado que estaba manchado debarro– Ahí te puedo preparar una sopa. Vivo cerca de la carretera; pero, no tengo niun sol, hijita. Solo vivo de mis papas y mis animalitos. Mi hijo es chofer de un camión, viene por las mañanas a comer y luego se va pa la ciuda de nuevo, de seguro te ha dellevar.

- Gracias por su ayuda, de verdad es usted un ángel, no sé qué hubiera hecho, ni siquiera sé dónde estoy.

Luego de caminar por media hora, Carla, por fin pudo ver una choza de piedras y con unas plantas secas como techo. La choza se veía minúscula en medio del cerro,al costado había un corral para ovejas. La puerta era un atado de ramas secas, unida a las piedras, que hacían las veces de ladrillos. Mientras más se acercaba, se percataba que no era tan pequeña como le pareció en un primer momento.

Por dentro se sentía menos frio. En la entrada había una cama, con unas mantas de colores, las cuales, la anciana le dio para que se abrigara. En un solo espacio, estaba la cama, una cocina de barro, una mesa con unos troncos que hacían las veces de sillas y un par de baldes vacíos. Por el suelo correteaban cuyes; cada vez que alguien se movía, corrían a ocultarse, y no salían hasta que se sentían seguros.

La anciana encendió las leñas que estaban en una esquina y sobre unas piedras puso una olla.

- Échate un rato a descansar mamita, en lo que preparo alguito pa comer. Seguro 

que ahorita nomás llega mi hijo.

Se echó en la cama, su cuerpo encontró una resistencia incomoda en el lecho. Palpó la superficie, no eran más que maderas unidas con sogas y paja encima para minimizar la dureza. Sin embargo, sus pensamientos no fueron autocomplacientes ni sintió tristeza por la incomodad, solo aceptó su situación y enfocó la vista en la anciana que estaba sentada en un tronco pelando papas. Por cada rebanada de cascara que la anciana sacaba, los parpados de Carla se hacían más pesados hasta que cayó dormida.

Cuando la anciana estaba a punto de sacar la olla de sopa del fogón, se abrió la puerta dejando entrar un soplo de viento helado que casi apaga el fuego.

- ¿Quién es esta niña, mamá?

- La encontré cuando me fui al puquio a recoger lagua, parecía muerta, pero solo durmía numas; está perdida.

- Pero como se te ocurre traerla a tu casa, mamá. No la conoces, tal vez la están 

buscando y te puedes meter en problemas. Ya sabes como son los costeños, piensan que nosotros somos mala gente.

- No podía dejarla sola, hijito. Es solo una wawa, pensaba que tu podías llevarla a la ciuda.

- El Roberto a las justas me da trabajo y piensas que me va a dejar subir a una niña desconocida a su camión.

- Por favor hijito, ayúdala, está asustada y debe regresar con sus taitas.

- Haces las cosas sin pensar, mamá. Nos puede traer muchos problemas. Haré lo posible para llevarla.

- Gracias hijito, ahora siéntate que he preparao una sopita de papas.

III

Alguien movió el hombro de Carla para despertarla. Ella abrió los ojos y le fue inevitable bostezar, se sentó en la cama mientras se sobaba los parpados. Cuando pudo mirar bien, vio a un hombre sentado en uno de los troncos, tenía en sus manos un plato de plástico azul lleno de sopa.

- Buen día – dijo Carla, se puso de pie al instante.

- Buenos días, niña – respondió el hombre levantando la mano con la que sujetaba la cuchara – me dijo mi mamá que te encontró por el campo.

- Así es, me llamo Carla, vengo de Lima por un paseo escolar, y…

- ¿Un paseo escolar? – preguntó mientras metía la cuchara al plato

- Sí, señor. Ayer estábamos yendo a ver una laguna con mis compañeros, pero en medio de la carretera apareció un grupo de asaltantes que mataron a mi profesor. Gracias a Dios, yo me pude esconder en un hueco y cuando fui capaz me escapé corriendo. Creo que los asaltantes no me vieron. – Carla suspiró y miró al piso - No podía respirar, sentía que iba a vomitar. Caminé sin parar, hasta el anochecer, y me dormí por el cansancio.

El hombre no respondió y volvió a meter la cuchara a la sopa; la anciana, que regresó a la choza luego de cortar alfalfa para sus cuyes, también le dio un plato de sopa a Carla.

- Come despacio, no te vayas a quemar, tovia está muy caliente.

- Gracias señora, no sé cómo agradecerle, si no fuera por usted tal vezahora estaría muerta.

- No pienses en eso hijita, come para que recuperes tus fuerzas.

El hijo de la anciana terminó de comer y se puso de pie, le dijo a su madre que debía ir a traer leña porque ya casi se no había en la choza.

- Regreso como en una hora y media. Llego y nos vamos a la carretera.

- Ya, hijito. Anda con cuidado nomás, no te alejes mucho. Uno nunca sabe por dónde estarán esos desgraciaos.

Se puso el poncho que había colgado en una estaca clavada entre la pared de piedras, justo debajo había un machete, el cual cogió con firmeza y salió de la casa.

- No puedo imaginarme como debe estar mi mamá ahora. Seguro que mi papá ya está aquí, buscándome.

- Verás que sí, hijita. No te preocupes más, en unas horas te encontrarás con tu taita y se irán de estas tierras que nomás sirven pa hacerlo sufrir a uno. Allá en la costa todo es más bonito. Es otra vida. Mi hijo me ha contao que hay cualquier cantidá de carros y policías. Aquí es muy triste, mi niña. Pero no pudemos irnos.

Esta tierra es lo único que tenemos. En veces nos trata bien y con la cosecha da para comer muchos meses, los animalitos encuentran buen pasto para engordarse, así hay leche pa tomar y lana pa nuestra ropa. Pero, en veces, solo comemos papas secas, verdeadas y agusanadas. Como si no bastara con eso, ahora también tenemos que soportar a esos desalmaos que nos roban nuestros animales. Ellos dicen que nos sacarán dista pobreza; pero que primero necesitan nuestras vacas pa comer.

- ¿Por qué no los denuncian a la policía? No tienen por qué estar sufriendo estos robos y asesinatos.

- Los policías y jueces no hacen na, a no ser que roben a lus ricos o a un trabajador municipal. Cuando nosotros vamos pa la ciuda a pedir que nos aiuden, ni caso nos hacen. Nos sacan unos enormes rumos de papeles, y verás hijita que yo ni se leer niscribir. Me piden mi número de denei y yo ni sé qué es eso. Mijo no quiere ir pa la ciuda; dice ques por las puras, y yo pienso igual. Aquí, aunque con frio y hambre, al menos tenemos un lugarcito onde dormir y nadie nos ve como animales.

Carla no supo que más decir. El frio empezaba a sentirse con más fuerza, por lo que se acercó al fogón. Mientras observaba el radiante baile de las llamas, recordó la chimenea que tenía la casa de campo de su familia. Los veranos los pasaban en el norte, donde su abuelo fue uno de los grandes azucareros. Como herencia, dejó a su hija una hacienda por Casa Grande. Lo que más le gustaba de esos viajes era la parada, una de ida y otra de vuelta, que hacían en Huanchaco, un hermoso balneario norteño. Le gustaba pasar los atardeceres sentada en el muelle comiendo picarones con la mano, era como estar en el cielo para ella. En Huanchaco no tenían casa, pero un amigo de su papá, siempre le prestaba una, ya que solo se quedaban a lo mucho dos días. Por las noches el sonido de las olas, le permitían tener un descanso profundo y desestresante.

- ¿Usted no conoce la playa? – preguntó Carla.

- No, hijita. Poquí hay unas lagunas inmensas, tan grandes que tienes que caminar muchas horas pa darles una vuelta completa. Marcelo, es mi hijo, me dijo quel mar era como miles de lagunas juntas, y quelos barcos son gigantes, como una casa de diez pisos. Disde ese día me pregunto por qué Dios hizo tanta agua junta, y ensima ni se puede tomar, mejor hubiera hecho toel mar de agua dulce. ¡Qué bonito sería!

- Yo nunca había venido a la sierra; y si no fuera por lo que pasó, este sería un viaje muy bonito. ¿Sabe qué hora es?

- Debe ser las onces de la mañana, masomenos.

- Aún me duelen las piernas, y siento que el aire raspa mi garganta cuando respiro.

- Seguro quel Marcelo ya no tarda en regresar. Vasa ver que pa la noche yas de estar con tu familia otra vez.

Una hora después, el techo de paja se humedeció, dejando caer unas pequeñas gotas al suelo. Afuera estaba lloviendo, y las nubes habían oscurecido el paisaje. 

Quedaban unas pocas ramas para alimentar el fogón, Carla imaginó que en las casas de la sierra nunca se apagaba el fuego de la concina, ya que servían para calentar el ambiente. De pronto, se escuchó un fuerte silbido, que se repitió dos veces más.

- Es mi hijo, yasta cerca. Ojalá no se aia mojaó mucho.

- Muchas gracias, nuevamente. No me cansaría de darle las gracias. Cuando regrese con mis padres, les contaré lo que usted ha hecho conmigo. Ahora que me doy cuenta, ni siquiera se su nombre, dígamelo, por favor.

- Me llamo Francisca, y no tienes que preocuparte po una viejacha como yo. Te ayudaó en lo que podiu.

- No me olvidaré de usted, señora Francisca, de alguna forma le voy a pagar toda su ayuda.

Carla se acercó a la anciana para darle un abrazo, esta mujer le había salvado la vida. Estaba segura que, con la ayuda de su papá, podía mejorar la vida de esta mujer. Lo primero que pensó fue construirle una casa de verdad, con todo lo necesario para vivir en ese clima tan horrible. Quizás su padre compraría un camión propio para el hijo de Francisca. Sea como fuere, no podía dejar que ella siga viviendo en esas condiciones.

Los pensamientos de Carla se vieron interrumpidos por el sonido que hacia la puerta al caer tempestivamente hacia suelo. Carla intento gritar, pero unas manos ásperas y frías le impidieron que abra la boca.

- ¡Por fin te encuentre! Tu eres la caisha que faltaba, te vengo buscando desde ayer, menos mal nos dimos cuenta que un asiento estaba vacío. ¿Cómo llegaste tan lejos?

La anciana se puso de pie e intentó golpear con una olla al extraño, quien la empujó con dureza. La mujer quedó inconsciente al instante que impactó con el suelo. El sujeto echó a Carla a la cama y le dijo que se callara si quería vivir unos minutos más. Carla obedeció, no podía dejar de ver a la anciana tirada en el suelo húmedo por la lluvia.

- Desta no te salvas, me has hecho caminar por muchas horas, esta choza es el último lugar donde pensé que estarías.

Cuando el hombre terminaba de amarrar las manos de Carla con una soga vieja, una sombra con varios troncos amarrados a la espalda entró a la choza. El joven se quedó parado en la entrada, observando la terrible escena sin decir una sola palabra. Miró a su madre, luego a Carla y por último al sujeto que había ocasionado todo, dejo caer su carga y levanto el enramado que hacía de puerta para ponerlo en su lugar.

Buen día, camarada no lo encontré en casa.

- Buenos días, mi camarada, fui a traer leña para la cocina de mi mamá.

- Muy bien, tengo que hacerle una pregunta ¿Cuándo pensaba informarnos que la caisha estaba aquí? Estuve buscándola toda la noche y me la llego a encontrar en la casa de su madre.

- Le pido disculpas, camarada. No quería meter a mi madre en esto. Tenía pensado matar a la niña cuando la sacara de aquí. Mi mamá la vio cerca al puquio de donde recoge agua, y la trajo a su casa. Cuando yo llegué en la mañana, me enteré lo que había pasado. Le prometo que me iba a encargar de ella.

- Quiero creerle, camarada. De todas formas, hubiera comunicado la situación, nos habría ahorrado varios problemas. Lamentablemente, ya no tenemos más remedio que solucionar todo esto aquí y ahora. Saque a la caisha afuera, y encárguese de ella ahora mismo.

- Entendido, camarada.

El joven camino hacia Carla y la cogió de los hombros para ponerla en pie. El rostro de Carla estaba pálido y húmedo por la lagrimas que no dejaban de caer por sus mejillas. Desde el suelo, se escuchó un gemido, lo que paralizo los movimientos del joven. La anciana, aún tirada, se dio vuelta y miró a su hijo.

- ¿Marcelo, hijo, eres tú?

- Mamá, quédate donde estás y no hagas nada.

- Hijo mío, este hombre rompió la puerta y menpujo. No entiendo lo questa pasado.

- Te digo que no hagas nada, no quiero que las cosas se compliquen más.

- Marcelo, acaba con esto de una vez, supongo que tienes tu escopeta lista – le increpo el encapuchado.

- Sí, aquí la tengo. Camina niña, vamos afuera.

Al ver salir a su hijo con Carla maniatada, la anciana comprendió lo que estaba pasando. Quiso decir algo, pero un nudo en la garganta se lo impedía, no era posible que su querido hijo fuera parte de lo que para ella no eran más que asesinos y ladrones. No merecía esto, tras la muerte de su marido, se esforzó por educar a su hijo lo mejor que pudo, enseñándole a respetar al prójimo y trabajar la tierra. Apoyándose en un tronco pudo ponerse de pie y camino hacia la puerta.

- No le hagas daño a la pobre wawa. Nunca pensé que tu serias uno desos matones. Por lo que más quieras, hijo, no le hagas mal a la niña.

- Señora, cállese o también tendremos que ocuparnos de usted. Su hijo es un revolucionario, un militante de las fuerzas que transformarán esta podrida sociedad en una mucho mejor. No habrá ricos ni pobres, todos seremos iguales. 

Los costeños nunca más nos volverán a ver como sus peones. Si se obstina en ponerse en nuestra contra, significa que quiere que las cosas sigan igual, y no tendremos más remedio que matarla a usted también.

Carla estaba acostada con la mirada hacia el suelo, podía oler la tierra húmeda. 

Sentía un fuerte dolor en el pecho, ya que le lugar donde la habían echado había una piedra puntiaguda. Todo su cuerpo estaba siendo atacado por un hormigueo infernal.

- Metete en la casa, mamá. Por favor, es la última vez que te lo pido.

La anciana no podía parar de llorar, su cuerpo se tornó duro y más pesado. Cayó de rodillas en medio de la entrada de la choza. Su hijo apuntaba con una escopeta a Carla.

- ¿Lo vas hacer o no? En las fuerzas revolucionarias no necesitamos cobardes ni 

traidores. El camarada Gonzalo estará muy decepcionado contigo.

- ¡Muerte a los burgueses y a su descendencia corrupta!

Marcelo apretó el gatillo de su escopeta. Al instante, saltaron varios cúmulos de carne y hueso de la espalda de Carla. La sangre comenzó a teñir la tierra, al mismo tiempo que el cuerpo de la muchacha sufría de un rápido espasmo nervioso.

- Amarremos su cuerpo a mi caballo y alista tu machete, tenemos que esparcirla a lo largo de la carretera. Así sabrán lo que les va pasar a esos capitalistas, que no quieren dejar el poder a la masa popular. Bien hecho camarada. ¡Viva la lucha armada y sus heroicos guerrilleros!

- ¡Viva la revolución y el presidente Gonzalo! – respondió automáticamente el joven.

Entre los dos cogieron el cuerpo ensangrentado de la muchacha y la amarraron a los lomos del caballo. El animal no puso ninguna resistencia, era solo un bulto más. 

Marcelo volteó para mirar a su madre.

- No vuelvas nunca más. No quiero ver tu cara de nuevo. A partir deste momento ya no eres mijo – La mujer aparto la vista del joven- Lárgate de una vez.

El caballo sintió un golpe en las ancas e inició el paso. Marcelo, dejó avanzar a unos metros a su acompañante. Soltó un suspiro que torturaba sus entrañas. Una lágrima cayo a la tierra que sus antepasados habían cultivado para el patrón. Ya no era el vasallo de nadie, ahora era un revolucionario. Se acomodó el poncho y caminó hacia su camarada.




Biografía:

Jhimer Jair Monzón Mantilla. Bachiller en Ciencia Política y Gobernabilidad. Ha venido publicando sus cuentos en diversos medios digitales; actualmente se encuentra trabajando en su primer libro de cuentos, Es parte del grupo académico y cultural Leviatán.




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