Buscar este blog

lunes, 31 de agosto de 2020

Mauricio Kilig / Los Espaciales de Doña Charo son unos 2 (Serie:Cuento)


Los especiales de doña Charo son unos "tamales" de pasta y marimba mezclado con lo peor y lo más feo de los cigarrillos más baratos que pueda encontrar. A veces, dicen, la muy pendeja lo mezcla todo con cal y otras porquerías a las que ya nos acostumbramos; así uno experimenta sin querer y sin buscarlo una caída libre desde avión en movimiento de la que no se recupera sino hasta dos o tres días después de estar tirado en su zanja, como un cadáver que respira, olfateado y ultrajado por todos los gavilanes y rapaces que ahí cohabitan con nosotros. Avanza, Santiago, hermano lindo; me estoy muriendo de hambre, y por lo que veo, difícilmente encontraremos algo con que llenar el estómago. Aún puedo sentir sus frágiles deditos tomando mi mano. Y me da rabia pensar en que pude haber sido un cariñoso padre adoptivo, pero el mismo dios que permite que me revuelque ahora en esta miseria material y espiritual sabe perfectamente por qué suceden las cosas. dios mío, dios mío, por qué nos has abandonado? Cariñito mío, tu abandono me dolió más que cualquier otra cosa; me desquicié, mandé a la mierda lo poco que quedaba de mis mediocres sueños y me vine a vivir con toda esta patrulla de maricas y drogadictos porque esta es la única manera de aniquilar todo residuo de esperanza. La vida aquí es caca; me gustaría poder encontrar además de un alimento que aún no se haya podrido, algo de vida para mí, una ilusión que me saque a mí y a Santiago de este basural. Ayer, por ejemplo, Santiago tuvo que entregar el culo a tres malogrados, todo por conseguir unos espaciales. Hay momentos en los que lloro imaginando que en algún momento he de descender a ese estado y experimentar el dolor, el asco y la incomodidad conmigo mismo, y todas esas huevadas. Da pena pensar que hace poco tiempo yo soñaba con ser escritor, pero nada me funcionó. El amor por una mujer terminó por cagarme, aunque en el fondo todos sepamos que me cagué solito, los amigos se fueron y a nadie más le importó mi vida, nadie más volvió a leer mis trabajos. No me quedó otra que seguir descendiendo. Nadie me obligó a entrar a este ambiente; no puedo ir por la vida culpando a los malos amigos, al amor que me rompió el corazón, no puedo culpar a nadie de la miseria en la que he sumido mi existencia. Todo lo demás son excusas para no asumir mi responsabilidad, es tan fácil evadir la culpa y el miedo provenientes de aceptar que desde siempre he tenido esa tendencia a caer en adicciones y que ya estaba escrito en mi destino  el que yo sea un maldito e incorregible drogadicto. Y en lo que hurgo sin éxito mis bolsillos en busca de un cachito te puedes ir dando cuenta de cómo le fui echando el pato al destiny. Y ahí, en ese descenso, en lo que se demoraba mi auto-expulsión de la vida angélica fue cuando te conocí, Santiago querido, tú ya estabas más empilado y canchero en este mundo que yo; pero ahí nos hemos de igualar en algún momento. Tú no me conociste cuando era el alma de las fiestas, cuando animaba cumpleaños con mi naricita roja y así me ganaba el sustento. Tú no me conociste cuando era feliz. Yo no era tan feo como ahora, hermanín, tenía mi pinta; pero ya de eso nada. Mejor es no recordar nada de eso, verdad? y tú qué hacías? a qué te dedicabas, mi pequeño, antes de todo esto? cómo así terminaste tan joven en un lugar tan jodido como éste? Nunca antes había imaginado conocer un ambiente tan marginal como en el que nos encontramos; y sobretodo tú, que eres tan especial, un hada, un ser etéreo que revolotea delicadamente y da tropezones cada vez que intenta avanzar en medio de esta mierda; tú y tus quince años y tus trajes de mujer, tú dándoles mamadas a todos sólo para conseguir un pedacito de cielo en forma de pastilla y en presentación de 5 mg. Quisiera sentirme responsable de tus cuidados  pero únicamente puedo sentir odio contra mí, odio contra todo aquello que me recuerde que un día fuimos felices. Son pocas las ocasiones en las que me siento libre y milagrosamente no tengo ansias por consumir la cochinada, pueda ser que todavía haya de la vieja bondad que había en mí. En esos momentos me gusta ir a la playa, a que el mar toque con la punta de sus dedos las puntas de mis pies, y ver el atardecer, que me recuerde todos los amores que he perdido, toda mi vida vaciándose lentamente. Al final, sólo quiero mojar los pies en el mar…

 

 

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario