Buscar este blog

lunes, 24 de agosto de 2020

Juan Carlos Díaz / Se Llamaba Ana Claudia (Serie:Cuento)

 




El foco prendido sobre el dintel de la puerta y esas sillas que bordeaban el frontis de adobes acabaron con mi búsqueda. Respiré hondo. Traté de ocultar el extraño miedo que comenzó a estremecer mis manos, caminé a ritmo pausado, firme. Pregunté, auscultado por varias miradas, si en esta humilde casa de suelo apisonado te velaban. Varios asintieron. Un señor de pómulos salientes quiso saber quién era. Atiné a decir que compartimos una amistad y después de satisfacer su curiosidad acepté el asiento que me ofreció con desproporcionada gentileza.      

Pronto se olvidaron de mi presencia y esperé en silencio el momento idóneo para reencontrarme contigo. Ahora tú duermes dentro de ese ataúd. Ellos ignoran el papel que cumplí en tu destino. ¿Cómo reaccionarían si lo supieran?, de seguro me lincharían. ¿Y cómo podría imaginármelo? Para qué insisto, ninguna excusa adormecerá la culpa. 

Debí aceptarle la tarde de cervezas a Rodrigo, recién salíamos de la universidad y en vez de preocuparse por estudiar para el examen de filosofía quería embriagarse en la cantina de Don Pozo. ¿Tú me vas a pagar el curso si desapruebo?, le increpé y antes de que soltara sus clásicas bravuconadas lo dejé en compañía de unos colegas de bohemia. 

Ya estaba a unos pasos de llegar a mi paradero y aguardar ahí el colectivo que me lleve a casa, pero tú irrumpiste en mis planes, me cogiste del brazo con tanta fuerza que en medio de mi desconcierto pensé que se trataba de un ladrón; volteé asustado y aprovechaste para abrazarte contra mi pecho en tanto que me rogabas ayuda, acicateando aún más mi turbación.

Bastó observar hacia mi izquierda para recuperarme del aturdimiento y comprender que huías de él, un medroso muchacho, de gorra y de pantalones flojos, que repetía hasta el exceso que no te comportaras como una niña. Me pareció muy cómica la escena. Entre sonrisas mal escondidas, te sentí infantil, una caprichosa empecinada en ridiculizar a su enamorado ante un desconocido. Urgido por estudiar y en plan de solidarizarme con aquel jovenzuelo esmirriado, te convencí que conversaras con él y arreglen sus diferencias. Entre sollozos que consideré fingidos, te dejé en sus manos. Maldigo ese momento, tu mirada llorosa de aquella tarde me atormenta desde que aprecié tu fotografía en el periódico, ahí me enteré que te llamabas Ana Claudia y dónde te velaban. Sigo acá, mis ojos me han traicionado, se han enlagunado de lágrimas, tus familiares y vecinos me miran con pena. Quiero irme, no me atrevo a mirarte la cara, observar tu semblante sin vida, y rogarte perdón por la ayuda que te negué, un perdón que no puedes ofrecer, que no cambiará tu historia, que ya no sirve de nada. 



No hay comentarios.:

Publicar un comentario