Buscar este blog

viernes, 21 de agosto de 2020

Luis Alejandro García/ El Biólogo (Serie: Cuento)

 





—Perdón, ¿puede repetirlo?
—Roberto Bolaño.
Su ingreso a la librería fue un milagro. El hombre caminó hasta la sección de Biología. Dudé en acercarme por el simple hecho de haber estado trabajando once horas seguidas. Estaba cansado y solo quería volver a mi casa, solo quería renunciar, pero debía comer y seguir comprando libros. Decidí acercarme haciendo un último esfuerzo.
—Buenas noches. Bienvenido. Soy Enrique. ¿Hay algún título que esté buscando en particular? —le pregunté. 
—No, ninguno, solo estoy viendo —dijo. Se acomodó los anteojos y algo me llamó la atención: sus zapatos carecían de cordones. 
—¡En quince cerramos, estaré en el almacén! —dijo mi compañera desde la caja registradora. Utilizaba el almacén libre de cámaras de seguridad como refugio y lugar de distracción. 
—¡Listo! —contesté.
El sujeto me miró y se acomodó otra vez los anteojos.
—Le gusta la biología —dije como tratando de olvidar lo que acababa de hacer mi compañera, invitando al cliente a que se retire. 
—En efecto —respondió—. Es más, la estudié como profesión. Una profesión bastante visceral. 
—¿En dónde? —pregunté mientras pensaba en los cordones que no tenía. 
—En la Universidad Nacional. 
 «Debió haber sido hace mucho, tendrá cuarenta años», pensé. 
—Ya ha pasado tiempo desde que me gradué —dijo. —¿Perdón?
—Ya ha pasado tiempo desde que terminé la carrera.
«Adiviné», me dije.
—¿En dónde trabaja? —creía que había hecho una pregunta indiscreta pero ya estaba formulada. 
—¿Estudias o solo trabajas?
«Creo que no comprará nada», pensé. 
—Estuve estudiando hasta el año pasado —le dije.
Cogió un libro pequeño del estante: La biología más allá del microscopio. 
—¿Cuánto?
Cogí el libro de su mano. Busqué el precio en la parte de atrás, pero no lo había. Tenía que llevar el libro hasta la caja. 
—Ahora vuelvo —dije. 
Me fijé en el precio.
—Ochenta y nueve soles —dije al volver.
—Ah, gracias. 
—¿Lo lleva? —dije alzando el libro. Siempre fui un idiota vendiendo. Muy directo. 
—No, no —cruzó los brazos—. ¿Qué carrera estuviste estudiando? — me preguntó. 
—Periodismo. Comunicación y Periodismo. 
—Entonces te gusta leer —dijo volviendo a mirar el estante. 
—Sí, pero lo que me gusta no me lo enseñaban, me gusta leer literatura —le dije. 
—Entiendo, tengo un hijo pequeño, también lee, le gusta mucho —la sonrisa apareció en su rostro. 
—Qué genial, ¿cuántos años tiene?
—Diez. 
—¿No vino con usted?
—Solo lo veo los fines de semana. Estoy separado. 
—Ya veo —pensé que era un tema delicado y que no era bueno preguntar por qué está separado. 
—Yo no he leído nada de literatura, mucho menos escribo, pero mi hijo, a pesar de su edad, escribe historias muy buenas sobre animales —volvió a sonreír y se acomodó los anteojos circulares—. Es un oficio raro el de la literatura, ¿no? 
—Sí —dije y bajé la mirada. Vi que su sombra se dibujaba en el piso de madera. 
—Pero la biología me gusta demasiado, siempre me gustó, desde pequeño, desde la primera vez que vi a través de un microscopio. Recuerdo que tenía ocho años cuando, en una feria de ciencias a la que me llevó mi mamá, vi un microscopio y un cartel que decía: acérquese a mirar la nada. 
—Debe haber sido alucinante. 
—Más que eso, para mí fue una especie de acto milagroso —se pasó la mano por el cabello
—. ¿Qué hora es?
Miré mi reloj de pulsera y le dije la hora, volví a mirar sus zapatos. 
—Bueno —dijo—, muchas gracias, nos estamos viendo. 
Me acerqué un poco más a él, yo tenía el libro en mi mano.
—Lléveselo. 
—¿Perdón?
—Llévese el libro —volteé a mirar si mi compañera salía del almacén.
—No tengo dinero —me contestó. 
—No le digo que lo compre. 
—¿Qué? 
—Tómelo, métalo debajo de su chaqueta y lléveselo. 
—No, no podría. 
—Ahora o nunca —le dije mientras le sonreía. 
El biólogo lo pensó un momento y tomó el libro nerviosamente. Lo metió en su chaqueta. 
—Bueno, ahora salga tranquilamente, mi compañera aún está en el almacén, no lo notará y las cámaras no sirven.
—Muchas gracias —el biólogo estaba estupefacto—, muchas gracias, Enrique, pero no —dijo y volvió a sacar el libro para entregármelo. 
—Bueno —sentí que me delataría con mi compañera. 
—Pero gracias de todas maneras.
—Mi apellido es García —le estreché mi mano, la palma de su mano sudaba.
—Yo me llamo Roberto Bolaño —me dijo.
—¿Perdón?
—Roberto Bolaño.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario