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domingo, 16 de agosto de 2020

Jesús Pinedo/ Polifacético. ( Serie: Cuento)







La vida del solitario Martín Robles cambió cuando uno de esos vientos que enfrían hasta los intestinos golpeó su rostro. La corriente entumeció los músculos de su cara y  la dejó con un gesto estático. Así, todo grotesco, no tenía muchas opciones – la gente comienza a detenerse – por lo que, con la manga del saco se sobó tan fuerte fuerte que no solo se esfumó el entumecimiento, sino el rostro completo, sin nariz ni ojos, ni labios ni cejas. Era un lienzo andante.
Primero vivía aterrorizado; pero, luego, como buen emprendedor, convirtió esa desgracia en una renta jugosa digna de reconocimiento: sentado en una banquita y con un plumón en mano ofrecía a su público completa creatividad de pintarle una cara por el módico precio de dos soles. A todos nos alegra que Robles ya no tenga mala cara qué poner. Confiando ciegamente en sus admiradores, cada nuevo rostro significaba una personalidad distinta y mira, tú, qué vida tan maravillosa. Adiós al Robles aburrido, denle paso al coronel con un tajo en la ceja, al intelectual con anteojos de miope, al administrador chino invadido de lunares y al mudo de grandes ojos y sin boca (se acabó la tinta al llegar a los labios). Desde que perdió el rostro, Robles ha dejado su soledad y se ha sentado en la mesa de personajes tan importantes para contar y escuchar anécdotas de por aquí y por allá.
Lástima que, en uno de esos días de sol tímido, el trazo lento de un nuevo rostro lo sintió extraño. Su cliente comenzó por un mentón curveado, unos labios finos, dientes medios chuecos, nariz aguileña, pómulos salientes y una barba de dos días. Qué precisión en el detalle. Robles tenía curiosidad de ver al artista. Al crearle nuevos ojos percibió la mañana de golpe y la cara de una mujer preocupada en los últimos detalles.
María la bonita, la que dejó plantada hace un par de años en el altar, estaba dibujando el rostro original de Robles guiándose de una antigua foto. Así, lo volvió joven, pero nuevamente solitario, enclenque, sin ganas de enfrentar la vida y de no asumir más que una rutina eterna, vacío y dudoso, mala cara. La mujer se detuvo solo cuando dibujó el último pelo, mirándolo con una nostalgia perdida, como de venganza por el pasado inconcluso. Un mustio Robles no hizo más que parpadear, sorprendido. Ella se fue no sin antes dejarle el plumón en la mano, uno distinto al tacto, no era el de siempre. No mires la tinta, Robles. Esa no se borra, es permanente, aunque te vuelvas a sobar fuerte la desgracia.



Biografía del autor:

Jesús Pinedo
Estudiante de Ciencias de la Comunicación
Escritor en la revista TaquicardiaOcupó el 2° Puesto en el XIII Concurso de cuento breve 
“A toda página” con el cuento “Polifacético”

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