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lunes, 31 de agosto de 2020

Mauricio Kilig / Los Espaciales de Doña Charo son unos 2 (Serie:Cuento)


Los especiales de doña Charo son unos "tamales" de pasta y marimba mezclado con lo peor y lo más feo de los cigarrillos más baratos que pueda encontrar. A veces, dicen, la muy pendeja lo mezcla todo con cal y otras porquerías a las que ya nos acostumbramos; así uno experimenta sin querer y sin buscarlo una caída libre desde avión en movimiento de la que no se recupera sino hasta dos o tres días después de estar tirado en su zanja, como un cadáver que respira, olfateado y ultrajado por todos los gavilanes y rapaces que ahí cohabitan con nosotros. Avanza, Santiago, hermano lindo; me estoy muriendo de hambre, y por lo que veo, difícilmente encontraremos algo con que llenar el estómago. Aún puedo sentir sus frágiles deditos tomando mi mano. Y me da rabia pensar en que pude haber sido un cariñoso padre adoptivo, pero el mismo dios que permite que me revuelque ahora en esta miseria material y espiritual sabe perfectamente por qué suceden las cosas. dios mío, dios mío, por qué nos has abandonado? Cariñito mío, tu abandono me dolió más que cualquier otra cosa; me desquicié, mandé a la mierda lo poco que quedaba de mis mediocres sueños y me vine a vivir con toda esta patrulla de maricas y drogadictos porque esta es la única manera de aniquilar todo residuo de esperanza. La vida aquí es caca; me gustaría poder encontrar además de un alimento que aún no se haya podrido, algo de vida para mí, una ilusión que me saque a mí y a Santiago de este basural. Ayer, por ejemplo, Santiago tuvo que entregar el culo a tres malogrados, todo por conseguir unos espaciales. Hay momentos en los que lloro imaginando que en algún momento he de descender a ese estado y experimentar el dolor, el asco y la incomodidad conmigo mismo, y todas esas huevadas. Da pena pensar que hace poco tiempo yo soñaba con ser escritor, pero nada me funcionó. El amor por una mujer terminó por cagarme, aunque en el fondo todos sepamos que me cagué solito, los amigos se fueron y a nadie más le importó mi vida, nadie más volvió a leer mis trabajos. No me quedó otra que seguir descendiendo. Nadie me obligó a entrar a este ambiente; no puedo ir por la vida culpando a los malos amigos, al amor que me rompió el corazón, no puedo culpar a nadie de la miseria en la que he sumido mi existencia. Todo lo demás son excusas para no asumir mi responsabilidad, es tan fácil evadir la culpa y el miedo provenientes de aceptar que desde siempre he tenido esa tendencia a caer en adicciones y que ya estaba escrito en mi destino  el que yo sea un maldito e incorregible drogadicto. Y en lo que hurgo sin éxito mis bolsillos en busca de un cachito te puedes ir dando cuenta de cómo le fui echando el pato al destiny. Y ahí, en ese descenso, en lo que se demoraba mi auto-expulsión de la vida angélica fue cuando te conocí, Santiago querido, tú ya estabas más empilado y canchero en este mundo que yo; pero ahí nos hemos de igualar en algún momento. Tú no me conociste cuando era el alma de las fiestas, cuando animaba cumpleaños con mi naricita roja y así me ganaba el sustento. Tú no me conociste cuando era feliz. Yo no era tan feo como ahora, hermanín, tenía mi pinta; pero ya de eso nada. Mejor es no recordar nada de eso, verdad? y tú qué hacías? a qué te dedicabas, mi pequeño, antes de todo esto? cómo así terminaste tan joven en un lugar tan jodido como éste? Nunca antes había imaginado conocer un ambiente tan marginal como en el que nos encontramos; y sobretodo tú, que eres tan especial, un hada, un ser etéreo que revolotea delicadamente y da tropezones cada vez que intenta avanzar en medio de esta mierda; tú y tus quince años y tus trajes de mujer, tú dándoles mamadas a todos sólo para conseguir un pedacito de cielo en forma de pastilla y en presentación de 5 mg. Quisiera sentirme responsable de tus cuidados  pero únicamente puedo sentir odio contra mí, odio contra todo aquello que me recuerde que un día fuimos felices. Son pocas las ocasiones en las que me siento libre y milagrosamente no tengo ansias por consumir la cochinada, pueda ser que todavía haya de la vieja bondad que había en mí. En esos momentos me gusta ir a la playa, a que el mar toque con la punta de sus dedos las puntas de mis pies, y ver el atardecer, que me recuerde todos los amores que he perdido, toda mi vida vaciándose lentamente. Al final, sólo quiero mojar los pies en el mar…

 

 

 

domingo, 30 de agosto de 2020

Willan Castillo Briceño/ 2 Minifecciones (Serie:Cuento)

 







DESMITIFICACIÓN DEL ÁRBOL PROHIBIDO

En el génesis de la humanidad, le fue dado el mandato supremo a la primera pareja que poblaría el planeta Sapiencia: «En medio del Huerto está plantado el Árbol del conocimiento, del cual, les está prohibido saborear sus frondosos frutos»

    Así anduvieron, desnudos y descalzos; llevando una vida cómoda, rutinaria y limitada. Conformismo e ignorancia eran algunas de sus primigenias virtudes. Un día de luz, la curiosidad y el hambre de conocimiento los llevaron hasta el centro del Huerto, y en vez de un árbol prohibido encontraron edificada una biblioteca: los frutos rojos no eran manzanas, sino libros de todas las ramas y de todos los tamaños.

    Asombrados, tomaron sus tesoros recién encontrados, mientras los iban escudriñando, se les ampliaba más el mundo. Entonces, a estos dos primeros lectores se les abrieron los ojos, y fueron alimentándose de conocimientos. Desde allí, no han parado hasta ahora.


LA ENFERMERA

Finalmente salió del hospital. Se sacó la mascarilla y no pudo abrir la boca, por el largo tiempo que había mantenido la boca cerrada. No pudo pronunciar palabra, por haberse acostumbrado al silencio. No pudo sonreír, por haberse internado en el campo de batalla donde todo era dolor y tristeza; y no pudo besar a su madre, ni abrazar a su padre, porque tenía que mantener la sana distancia. 

    Su novio ya recuperado, le dio la bienvenida a esa nueva normalidad.


BIODATA

WILLAN VALDEMAR CASTILLO BRICEÑO

Nació en Chugay, «Sánchez Carrión», La Libertad. Estudió Antropología Social en la Universidad Nacional de Trujillo. Escribe cuento, poesía y minificción. Sus obras literarias han sido publicadas en medios digitales y escritos del ámbito nacional e internacional, tales como: El Diario La Industria de Trujillo, Mundo de Escritores de Venezuela, Revista Literaria Pluma, Taller de Escritura Creativa en Lima, Pluma Universitaria de la UNT, Revista Nocturnario; y en Editorial UDG, México.

Es coorganizador del I Encuentro de Escritores Chugaínos, 2019. Fue seleccionado por Editorial Autómata para el libro «LA BANDA SONORA DE TU VIDA» que se presentó en la 40 Feria de Libro Ricardo Palma, Lima, 2019.

Ha obtenido diversos premios literarios, tales como:

FINALISTA en el Concurso Internacional de Cuento y Ensayo La Chalina Roja, 2020.

TERCER PUESTO en el Concurso Literario COVID-19 organizado por Almandino Editores y LeeK’ana, 2020.

SEGUNDO PUESTO en el Concurso Nacional de Cuento ASONANSAS, 2018. 

PRIMER PREMIO en el Concurso Nacional Antenor Samaniego Samaniego (Centenario), poesía, 2019. 

Es uno de los ganadores del Concurso de Minificciones desde el Encierro 2020, organizado por la Editorial de la Universidad de Guadalajara, México.


sábado, 29 de agosto de 2020

Parix Cruzado/ 3 Poemas de su libro " Verás que Esta Canción es Agonía" (Serie: Poesía)

 





ALGEBRAICO



Aquí, no un ejercicio jazzístico, ni plástico,  

quizá equivalencias a un sastre vulgar 

 

quien ejecuta en su guitarra azul, 

una necesaria realidad que nos trasciende.  

 

Reconozco el azar, nos provee de todo: 

el gusto, los libros, la mujer inmarcesible. 

 

Las cosas como son pueden trocarse también  

en un más imaginario que real sedán azul 

 

y un chofer vulgar si este coincide en dejar 

que el tema del poema sea el poema mismo. 








PÍCEA




Un hombre espolea a su espíritu: bosteza,

cubre con una manta su palma y entibia la sangre


de su rostro. El gesto incomoda a su única compañía,

e incomprendido recibe la recomendación


de ir a dormir. En su sueño, el soñador descubre

los colores de un satélite común


al observar la copa de una pícea: de inmediato

ve enriquecida su flora y suma aquel descubrimiento 


a su vocabulario, tiende el apunte en el tejido blando

de su sonambulismo, e inquieta, su palma,


se descubre de la manta y le despierta

para tomar el bolígrafo y recrear este poema


en el primer papel que ubica sobre la mesa.





COLLAGE




Para poseer a un alma certeramente

hay que llegar a ella por cada uno de sus cantos.


El asomo a la ventanilla, llegando desde el norte,

no urgirá de un otoño en inicios


sobre la cama ferroviaria.

Sin aprietos, ni tumultos estacionarios,


esta ausencia de prisas y congestiones

es el resultado de una rota dependencia.


Rotación espacial de los días

en mi hebdómada reposo.                                 


Arquitectura emancipada del mito monumental.

Demarcación del neuma sobre el canto llano. 



viernes, 28 de agosto de 2020

Darling Pérez/ Viaje a Disney World (Serie:Cuento)


 


Recuerdo cuando vi a Zoe por primera vez. Fue hace dos años y yo trabajaba como médico adjunto en el servicio de Oncología Pediátrica; aquel día la consulta médica estaba a cargo del doctor Thomas, un médico oncólogo con muchos años de experiencia en el tratamiento de diferentes tipos de cáncer en niños.

Zoe llegó con Marcela, su madre; se le veía muy angustiada por descubrir el diagnóstico de su hija, y nos contó que hacía varios meses Zoe tenía dificultad para gesticular, que los músculos de su rostro de un día para otro dejaron de funcionar, a tal punto que no la dejaban sonreír. El doctor Thomas la examinó minuciosamente y le solicitó algunos exámenes de laboratorio, a los dos días, Marcela regresó con los resultados; para nosotros era claro: los exámenes confirmaban que aquella niña de rubios rizados, a sus cortos seis años de edad, sufría de cáncer oligodendroglial, un tipo de cáncer muy raro, que afecta a un porcentaje pequeños de niños y ataca mayormente el sistema nervioso central, el cerebro y la columna vertebral.

Nunca pensé especializarme en oncología, menos aún en la especialidad pediátrica, el cáncer siempre me pareció una enfermedad con la que, si la decides enfrentar, debes aceptar perder y a veces aceptar que otros pierdan también.

Sin embargo, me decidí por esta especialidad cuando mi abuelo enfermó. A sus setenta y dos años fue diagnosticado con sarcoma en el hueso mandibular. Él me había enseñado a tocar guitarra, a piropear a una chica y a usar siempre un pañuelo en el bolsillo de mi pantalón. El cáncer no me lo quitaría. El día que me gradué como oncólogo, mi abuelo fue a la ceremonia, aunque para ese entonces ya estaba delicado, él quería estar ahí, cuando recibí el título de especialista lo miré desde mi lugar y lo señalé con el dedo, él mirándome, me sonrió y aplaudió. Mi abuelo falleció a los dos meses, no soportó la quimioterapia y el cáncer invadió sus pulmones y cerebro y, aunque suene raro, me invadió a mí también, esa fue la primera vez que el cáncer me ganaba una batalla y como trofeo se llevaba a uno de mis seres más queridos.

Cuando le dimos el diagnostico a Marcela, se puso a llorar. El doctor Thomas le dio el discurso que siempre les da a los padres de hijos con leucemia y otros tipos de cáncer, un discurso alentador: les pide que sean fuertes, que los niños no pueden afrontar su enfermedad si los padres se muestran tristes y derrotados, que el factor psicológico es muy importante en estos casos y que el hospital tenía los mejores profesionales en este campo y que todos lucharíamos junto a Zoe, que no estaría sola y que el cáncer no nos ganaría.

El doctor Thomas era uno de los fundadores del hospital, se había formado en Estados Unidos en la Universidad de Massachusetts, nunca tuvo hijos, y había sido esposo de Mary Travis, una estrella de Hollywood que dejó el cine para casarse con él, aunque murió en un accidente automovilístico cuando él estaba terminando su sub especialidad en la Universidad de Boston. Nunca más se casó de nuevo, entregó toda su vida a su carrera.

En su primera quimioterapia, Zoe entró confiada, no estaba asustada y traía en sus brazos un elefante de peluche. Cuando le pregunté por él, me dijo que se llamaba Lampy, que su papá se lo había regalado de niña para que la cuide y que hasta ahora hacía bien su trabajo. Saludé a Lampy estrechándole la trompa y le expliqué a Zoe lo que haríamos.

La quimioterapia es un tratamiento que se utiliza para matar a las células cancerígenas y se aplica en ciclos por vía intravenosa, para luego dar un periodo de descanso y empezar de nuevo. Para cuando Zoe terminó todos sus ciclos de quimioterapia indicados, había perdido mucho cabello, había perdido peso y la fortaleza del día que la conocí.

Pasados seis meses desde la primera quimioterapia, correspondía realizarle los exámenes de sangre para ver su evolución, Marcela trajo los resultados aquella tarde y todo fue malas noticias, las células cancerígenas no habían reducido en número, la quimioterapia convencional no estaba dando resultados. Marcela quedó devastada con la noticia y, para serles franco, yo también. Tras ver los resultados desfavorables de Zoe, el doctor Thomas decidió empezar cuanto antes el segundo ciclo de quimioterapia.

Durante ese tiempo en mis guardias nocturnas le llevaba a Zoe torta de chocolate con pecanas, su favorita, y conversábamos durante horas. Una de esas noches vio por televisión el anuncio del estreno de la película Frozen y me dijo que se la perdería por estar en el hospital. Al día siguiente, considerando que su evolución era favorable; decidí llevar a Zoe al cine con Camila, mi sobrina, hija de mi hermano mayor, de la misma edad de Zoe. Pensé que sería bueno que Zoe pasara tiempo con alguien de su edad, ya que ninguna de sus primas o amigas del colegio la visitaban, supongo que sus padres no las dejaban ver a Zoe, pensando que podrían contagiarse de alguna enfermedad dentro del hospital. Así que dos días después fuimos al cine con Zoe y Camila. Aquel día los tres usamos gorra, Zoe tenía vergüenza de su cabecita despojada de sus rubios rizados, y es que los estragos de recibir las drogas de la quimioterapia son así, hacen que los ángeles pierdan su cabello.

Después de ver la película fuimos a tomar un café, Zoe y Camila conversaban como si se conocieran de toda la vida. Yo las miraba y sonreía con las cosas que hablaban, inclusive planearon un viaje a Disney World al que yo estaba invitado.

Una noche, Zoe me confesó que todos los días se levantaba imaginando que estaba sana, que iba al parque con sus amigas y bailaba ballet con sus primas. Me dijo también que quería curarse y que no pensaba morirse sin conocer Disney Word.

Hablar de muerte con una niña de ocho años realmente te hace estremecer, es un sentimiento que no tiene nombre, no es natural que alguien afronte la posibilidad de morirse con tan poca vida. Cuando me lo dijo, yo le respondí que eso no pasaría y que además ella tendría que llevarnos a Disney World a mí y a Camila.

Cuando el segundo ciclo de quimioterapia terminó, el doctor Thomas y yo estábamos ansiosos por ver los resultados; recuerdo claramente el día que vimos los exámenes de Zoe. El doctor Thomas, a quien nunca le había escuchado una grosería en todos los años trabajando juntos en el hospital, al ver los resultados, exclamó: “¡Maldición, no puede ser!” Al escucharlo entendí que la terapia no estaba dando resultados, esa noche tuve que informarle a Marcela que el cáncer nos estaba ganando la batalla.

Aquella noche tras ver los resultados de Zoe no pude conciliar el sueño, me imaginaba junto a Camila en el café, conversando de nuestro viaje a Disney World, y puestos en la mesa los resultados de laboratorio desalentadores de Zoe, no podía aceptar que el tratamiento no diera resultados, así que me levanté de la cama, prendí la computadora y revisé todos los artículos relacionados con cáncer oligodendroglial y los tratamientos alternativos que se habían hecho alrededor del mundo. Leí artículo por artículo, conclusión tras conclusión, leí todas los abstracts de las mejores investigaciones sobre el tema, cuando ya eran casi las seis de la mañana y estaba por regresar a la cama, encontré un artículo sobre un estudio en Alemania, para el que usaron drogas experimentales, logrando la remisión del cáncer en el 50% de los pacientes. No podía creerlo, alguien en Alemania curaba a la mitad de sus pacientes. Indagué en varias páginas web hasta averiguar los números telefónicos del doctor Shultz, quien había encabezado esta investigación, y decidí llamarlo. Cuando converse con él, no me dio muchas esperanzas. Me contó que aquellas drogas estaban en etapa de investigación, puesto que habían producido trastornos psiquiátricos en algunos de los pacientes, e inclusive hubo casos reportados en su estudio de arritmias cardiacas que terminaron en muerte, motivo por el cual en Alemania se había prohibido su venta y distribución. Cuando el doctor Shultz colgó, sentí que la única esperanza que existía de curar a Zoe desaparecía, y me embargó un sentimiento de depresión muy fuerte, no aguanté y cogí el celular nuevamente y lo llamé, le pedí que me dijera donde podía comprar aquellas drogas, si existía algún mercado negro donde podía adquirirlas. Con un tono imperativo, me dijo:

-¡Ud. está loco!, no entiende que esas drogas pueden traer muchos efectos colaterales, que su paciente puede quedar con secuelas e incluso llegar a morir.

No aguanté y entre lágrimas de rabia e impotencia le respondí.

-Doctor Shultz, el que no entiende es usted. No entiende que en mi hospital hay una niña de ocho años que está esperando la cura de esta maldita enfermedad para poder viajar y conocer Disney World, quién es usted, doctor Shultz, para quitarle los sueños a esta niña, quien es usted, doctor Shultz, para negarle la vida a Zoe.

Con la frialdad que caracteriza a los alemanes, me dijo, llámeme en una hora, y colgó. Cuando llamé al doctor Shultz a la hora acordada, me dijo que aún tenía algunas cuantas dosis de medicamentos en su laboratorio particular, que podría enviármelas, que tenía exactamente las dosis para el tratamiento completo de un solo paciente y el cómo podría afectar a Zoe, sería única y exclusivamente mi responsabilidad; además me solicitó discreción total con respecto a nuestra conversación.

Esa misma mañana en visita médica le comenté al doctor Thomas lo que había investigado, los beneficios de usar estas nuevas drogas experimentales y que el famoso doctor Shultz, quien encabezó el estudio en Alemania, estaba dispuesto a donarme las drogas necesarias para el tratamiento de un solo paciente. Al doctor Thomas le pareció un disparate todo lo que le dije, como íbamos a exponer a un paciente a tantos efectos adversos, incluso también a la muerte. Se negó a usar estas drogas experiméntales y abandonó el cuarto en plena visita médica muy molesto.

Después de lo que me había costado convencer al doctor Shulz para que accediera a mandarme las drogas no podía aceptar un no como respuesta, así que decidí visitarlo por la tarde en su casa. Cuando llegué, lo encontré en su pórtico, estaba sentado en una mecedora de madera, bebiendo una copa de vino, cuando me vio se sorprendió y exclamó ¿Que hace acá doctor Harrison? Le respondí que teníamos que conversar; él me miró fijamente, me invitó a sentarme a su lado y me sirvió una copa de vino.

¿Ves esa estrella en el cielo? Me dijo, Esa que brilla más que las otras – agregó.

Sí, doctor -respondí.

Pues ahí está Mary. Ella y yo conversamos todas las noches desde que se fue, llegando del trabajo, vengo acá, me sirvo una copa de vino y converso con ella, porque así lo hacíamos antes y así prometimos hacerlo siempre. Me siento acá y le cuento como me fue en el trabajo, cómo va la hipoteca de la casa y de algunos casos del hospital, hoy he venido temprano para contarle de Zoe, de lo que me propusiste hoy en visita médica.

Doctor Thomas, de eso he venido a hablarle - le dije interrumpiéndolo.

¿Sabe porque nunca me casé de nuevo doctor Harrison? –preguntó.

No me case de nuevo porque no quiero perder a alguien otra vez, he evitado el apego emocional todos estos años, refugiándome únicamente en esta estrella, en esta estrella que siempre estará aquí, podrán pasar mil años y ella seguirá aquí, no hay opción de sufrir por perderla, porque eso nunca pasará. 

Yo lo escuchaba atento y estaba seguro de que esa noche no llegaríamos a nada, entonces tomó un sorbo de vino, me cogió el hombro con su mano izquierda y me dijo: “Que las drogas estén aquí el miércoles por la tarde, doctor Harrison. Debemos empezar esa terapia cuanto antes.”

Al día siguiente citamos a Marcela para explicarle en que constaba el nuevo tratamiento, le explicamos todos los efectos adversos que podrían presentarse y también la gran posibilidad que existía de ver sana a Zoe, Marcela no lo dudó y firmo el consentimiento médico de inmediato. Cuando recibí en mi departamento los medicamentos directamente desde Alemania, vi que el paquete tenía una nota escrita en alemán que decía: “Gracias por creer en esto, doctor Harrison, si uno no cree, nada empieza y nunca nada termina”.

El siete de febrero de este año empezamos el primer ciclo con las drogas experimentales. La respuesta inicial fue la esperada, Zoe termino de perder todo el cabello y las cejas, las náuseas y vómitos fueron más intensos, pero debíamos seguir, estos síntomas estaban descritos en el estudio del doctor Shultz.

Cuando terminó el primer ciclo de la terapia, extrajimos una muestra de sangre para ver si el nuevo tratamiento estaba dando resultados. Los resultados mostraban que las células cancerosas se habían reducido en un 20%, si bien es cierto no fue el resultado que esperábamos, era una cifra sumamente alentadora. La terapia estaba dando resultados, teníamos que seguir adelante, teníamos que creer como nos dijo el doctor Shultz.

Habían pasado casi cinco días desde la conversación con Zoe en su habitación, cuando me contó que despertaba imaginando que estaba sana y con deseos de curarse para poder ir Disney World. Yo no había dejado de pensar en eso; y si las terapias continuaban como iban, pensaba que en un mes podríamos organizar un viaje con su madre y Camila a Orlando, y que luego también podríamos viajar a Alemania para visitar al doctor Shultz y contarle los magníficos resultados del tratamiento con las drogas experimentales. por la mañana cuando Marcela trajera a Zoe a la quimioterapia le comentaría mis planes.

Esa noche mi teléfono sonó a las tres de la mañana. Marcela, llorando, me decía que Zoe se había puesto mal, que estaba sudorosa e inconsciente. Saqué el auto y manejé a toda velocidad a su casa, la puerta estaba abierta cuando llegué, entré corriendo hasta la habitación de Zoe y la encontré en su cama, inmóvil, tenía una sonrisa en el rostro y abrazaba a Lampi con su brazo derecho. Abrí los botones de su pijama mientras le pedía que despierte, puse mi estetoscopio en su pecho y los latidos de su corazón ya no se escuchaban, Zoe se había ido, había fallecido, le había dado un paro cardiaco producto de las drogas experimentales. Arrodillada a los pies de la cama, Marcela no dejaba de llorar, a los pocos segundos entró el doctor Thomas a la habitación. Vine en cuanto pude, dijo.

Me acerqué a él lagrimeando y le dije; se murió, doctor Thomas, Zoe se murió. El me abrazó, apretándome fuerte con sus brazos y empezó a llorar desconsoladamente, mientras maldecía diciendo: ¡Maldito cáncer, maldita especialidad que elegimos, maldito sea el doctor Shultz y su investigación, maldito seas tú, doctor Harrison!

Yo no podía moverme, estaba consternado, Marcela se levantó y nos abrazó por el costado y con una voz muy baja nos dijo, gracias, gracias, hicieron que mi Zoe sonría de nuevo.

Luego de la muerte de Zoe, el doctor Geldres continúo usando los medicamentos experimentales, él creía que podría determinar cuál era el error en su administración y un año después descubrió que combinándolos con fármacos inotrópicos administrados de manera interdiaria mejoraba la sobrevida de los pacientes, es decir estos fármacos inotrópicos que aumentaban la fuerza de la contracción del corazón, evitaban los infartos cardiacos, el efecto no deseado más importante de ese tratamiento. Nuestro servicio actualmente tiene una taza de curación superior al 85% de los pacientes. A nuestro hospital llegan pacientes de todas partes del mundo buscando curarse, hace unos días hemos inaugurado el pabellón de oncología pediátrica tratados con drogas experimentales con el nombre de “El Disney World de Zoe”, a la inauguración invitamos a Marcela y al doctor Shultz, que vino desde Alemania, para que sean los padrinos de este nuevo pabellón.

Zoe se fue, pero dejó un precedente enorme, fue pieza clave para descubrir la cura casi completa del cáncer, que ahora ya no gana la mayoría de las batallas. Ahora también ganamos nosotros. 

Todos los viernes por la noche visito al doctor Thomas en su casa, nos sentamos en su pórtico, abrimos una botella de vino y discutimos algunos casos difíciles del hospital, ayer por la noche descubrimos en el cielo una estrella muy pequeña cerca de la estrella de Mary, la llamamos Zoe.

jueves, 27 de agosto de 2020

Alfonso Sánchez Mendoza/ El Nudo en el Zapato (Serie: Cuento)

 



La puerta se abrió de repente en la oscuridad de la media noche y Javier sintió y se vio así mismo como era arrancado de su lecho, extrañamente y sin decir palabra, absorto rayando la desesperación y con el corazón cabalgando a punto de estallar contempló a esa sombra llevándolo y cruzando el umbral de la puerta de su habitación.

Fue la primera pesadilla a sus tiernos cinco años, sin embargo, el miedo no lo doblegó, contaba para ello con una voluntad de hierro, forjada en su irascible genio escorpiano y en sus largos silencios de castigo por las travesuras realizadas. No se iba a dejar atemorizar por una sombra nocturna.

A la mañana siguiente, le contó a su tía María, la pesadilla, pero ella ocupada en sus mil quehaceres, ni siquiera le puso atención. Jugó durante todo el día, intentando olvidar lo que le pasó la noche anterior. Había escuchado cuentos sobre duendes que se llevan a los niños, de animales nocturnos que cruzaban los caminos y otras historias más.

La sombra de la noche, empezó a cubrir el cielo gris de la ciudad solariega y el inquieto Javier, distraído en sus juegos, ora saltando por el corredor o invadiendo el corral de la casa, con sable en mano, libraba mil batallas en las que solitario ganaba a todos sus enemigos imaginarios. El tío José le enseñó a hacer sus espadas con papel periódico, enrollándolo como un delgado tubo y doblando uno de los extremos haciendo una suerte de empuñadura. Pero el día no es eterno y el ocaso llega como algo inevitable.

Después de cenar, cerca de las nueve de la noche, recibió la orden de irse a dormir. Se dirigió silencioso a su cuarto, no quiso apagar la luz por miedo a que se repita la pesadilla. Al intentar sacarse los zapatos, olvidó desanudar los lazos y se le enredó uno de los pasadores, por más que quiso e intentó no pudo deshacer el nudo. El sueño y el cansancio lo vencían, sin embargo, él no quería dormir, tenía dos razones poderosas, el miedo a la pesadilla y ese bendito nudo en el zapato. Sentado al pie de la cama, sacó de la mesa de noche el cepillo de lustrar y cegado por la rabia y el miedo empezó a golpearse los ojos y la boca.

Así, lo encontró la tía María, ya casi al bordear la medianoche, cansada del trajín de toda la jornada, lo acostó en su cama y se sentó a su lado sin decirle nada, Javier apretó los labios y cerró los ojos, se durmió sin darse cuenta.

Al día siguiente, durante el desayuno y con ánimo sonriente su tía le preguntó:

-  Oye Javiercito, cuéntame anoche porque te golpeabas la boca y los ojos.

Javier respondió sobre el acto

- En la boca para no llorar.

- Y en los ojos? Replicó la tía.

Pues, para no dormir. 

Agregó, muy suelto de huesos el pequeñín.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Gonzalo Del Rosario/ Pánico por Chiclayo (Serie: Cuento)

 





Transparente entre las aguas que discurren por las cañerías de tu casa se esparce en la piel al abrir la ducha, y lo sientes viscoso, como si fuera el shampoo sobre tus cabellos o el bálsamo con el que lavas tu cuerpo. Quienes se dieron cuenta (a tiempo) lo hicieron tras sentirse despellejarse y ver la rapidez con que la rejilla de sus bañeras era taponeada por los restos de su carne viva confundiéndose entre la sangre y el jabón. 

Solo ahí reparaban en el ardor que les corroía la piel como un aceite ácido que el agua no conseguía liberar, sino que más bien acrecentaba su dolor entre gritos de alerta a los familiares. La mayoría de las víctimas, encerradas con el seguro de la puerta de baño, a duras penas consiguieron escuchar los golpes exigiéndoles que abran, preguntando qué sucedía, por qué tantos gritos, y no respondían al quedar paralizados con esta quemazón que, o los mató del golpe al resbalarse en su desesperación, o cuando intentaban secarse con la toalla al desgarrarse más la piel hasta dejarla en carne viva, como una serpiente que muestra el verdadero color rojo sabor a muerte de sus músculos infectados. 

Los casos reportados las últimas dos semanas, exactamente, sobrepasan los trescientos con proyección a aumentar. De ellos, solo alrededor de treinta se han «salvado» (esto debe ir entrecomillado) ya que han perdido toda la piel y sus cabellos, además de la ceguera producto del ardor que invadía sus ojos y que debido a la frotación exagerada solo consiguieron empeorar.

Tras lo ocurrido el presidente de la república ha declarado cuarentena en Chiclayo y en toda la provincia de Lambayeque. Sin embargo, ciudades cercanas, como Trujillo, Piura y Cajamarca, también han sido consideradas en estado de alerta y sus pobladores están huyendo en masa hacia la capital. Obviamente, a estas alturas son pocas las personas en todo el país, pero en especial en la costa norte, quienes se han vuelto a bañar, y mucho menos a abrir grifo alguno. Tampoco se sientan en los wáteres para sus deposiciones, ya que se reportaron casos mucho más extremos de estas «medusas o amebas de desagüe» introduciéndose vía rectal o vaginal mientras las víctimas se ocupaban. 

«Sentí como que un gusano pegajoso, largo, se metía muy rápido en mi vagina y cuando me levanté, empezó a arderme fuerte, pero yo no veía nada más que humedad alrededor de mi vulva, introduje mis dedos para intentar sacarlo en mi desesperación, porque lo sentía penetrar, cada vez más profundo, y no había nada, solo sentía el ardor, mucho ardor, como si me encendieran fósforos por dentro, o me cortaran con navajas, y no paré de gritar, allí ingresó mi padre al baño y me vio con la regadera de la ducha con la que intentaba aliviarme. Le grité llorando que por favor llamara a una ambulancia, que no podía más con la quemazón, me estaba muriendo por dentro, ayúdame papá, le gritaba, entonces me desmayé y no recuerdo nada más», informó una de las pocas víctimas que accedió a contarnos su caso, la adolescente de iniciales Y.I.S.P.P., quien esta mañana falleció de la manera más dolorosa, tras habérsele propagado por la sangre «la ameba maldita», como han comenzado a llamar vulgarmente a esta ácida viscosidad de las cañerías.

Pero quizá la evidencia más triste y difundida, la misma que ha despertado indignación y solidaridad a nivel mundial, sea el video viral (ahora vetado) donde aparece una docena de niños de entre ocho y diez años convulsionando, tosiendo sangre y asfixiándose en una losa deportiva del distrito de José Leonardo Ortiz, asustados y clamando por sus padres tras diez minutos de haber ingerido agua de una manguera que regaba la grama en aquel parque.

Hasta el momento se desconoce el nombre de la extraña bacteria que está atacando el agua de nuestra ciudad. Científicos norteamericanos, cubanos y de la OMS están arribando esta noche para estudiar el fenómeno. Por lo pronto, solo nos queda aconsejarle: no bañarse, ni sentarse en inodoros (al limpiarlo con ácido muriático poco se puede hacer como ya comprobaron nuevas víctimas), mucho menos abrir los caños para no contaminarse. La ayuda en botellas de agua envasada y medicinas está llegando desde el extranjero debido a la desconfianza hasta en nuestros propios productos, no obstante, recomendamos que revise a contraluz cualquier tipo agua antes de ingerirla, si observa un exceso de brillo deberá «tomar» sus precauciones. Nunca más paradójico como ahora el verbo empleado.



Biografía:


Gonzalo Del Rosario

Trujillo-Perú-1986

Periodista cultural y profesor de Literatura. Licenciado en Educación con mención en Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Trujillo. Máster en Literatura Comparada y Estudios Culturales por la Universidad Autónoma de Barcelona (España). 

Es autor de los relatos fantásticos de Cuentos pa’ kemarse (2008, 2016), la obra experimental Losocialystones (2010), las microficciones de Mishky Stories (2011), la nouvelle zombie Ven ten mi muerte (2012) y las crónicas de viajes de Pave-pavas (2019). Integró el híbrido cine-literario Tv-out (2009, 2012); y seleccionó a los autores de la antología Sobrevolando (2014, 2017). 

Su último libro de cuentos de horror y ciencia ficción se titula Caleta (2020).



   



 

 





martes, 25 de agosto de 2020

Patric Urquiza/ La Caída del Amor (Serie:Cuento)

 



El angustiado grito golpeó a todos con el frío punzante de esa tarde de invierno: ¡Sofiaaaa! El semáforo ordenó que los coches se detuvieran y muchos de los conductores y pasajeros de los taxis levantaron la curiosa mirada hacia el moderno y alto edificio contagiados por transeúntes detenidos observando atónitos ese trágico suceso: un hombre caía en picada desde el décimo piso. Adriano, que así se supo que se llamaba, caía con las extremidades abiertas como queriendo coger algo que descendía más rápido que él; en su raudo descenso pudo observarse reflejado fugazmente en las paredes envidriadas, se vio deforme como nadando hacia abajo casi como toda su vida siempre había sido. 

Sofía, ahora más calmada y resuelta, manejaba apresurada. Como nunca, le pareció extrema la cantidad de carros y muy distante llegar a ese edificio donde trabajaba Adriano. 

Abajo, la gente no sabía qué hacer. Unos pedían que llamaran a los bomberos; otros, a la policía; las mujeres lloraban y emitían ayes y diosmíos. ¡Hagan algo!, dijeron algunos. Era como si un muñeco hubiera sido lanzado desde lo alto de ese edificio  de Seguros y todos esperaban un desenlace inevitable.

Sofía, en medio de su ofuscación porque no avanzaba en medio de una congestión infernal de tráfico en esas últimas horas de la tarde, volvió a sentirse culpable por haber sido tan dura con Adriano, por haberle dicho que todo se iba a la mierda y que allí acababa esa relación, que no era el hombre para ella. De verdad que se lamentaba; pero que todo había sido para ver cuál era su reacción al decirle eso y para probar si la amaba. Entonces, optó por llamarlo y sorprenderlo. No contestaba. Decidió dejarle un mensaje de audio por WattsApp, porque él siempre los leía o escuchaba, esté como esté: Hola, Adriano, perdóname, lo siento… espérame en la terraza, estoy llevando unos traguitos que nos gusta para celebrar el San Valentín… espérame.  Pero, justo en ese instante, se oyó un golpe seco contra el pavimento. Y en medio del cuerpo desparramado se vio una mano sangrante sujetando un celular encendido.  


lunes, 24 de agosto de 2020

Juan Carlos Díaz / Se Llamaba Ana Claudia (Serie:Cuento)

 




El foco prendido sobre el dintel de la puerta y esas sillas que bordeaban el frontis de adobes acabaron con mi búsqueda. Respiré hondo. Traté de ocultar el extraño miedo que comenzó a estremecer mis manos, caminé a ritmo pausado, firme. Pregunté, auscultado por varias miradas, si en esta humilde casa de suelo apisonado te velaban. Varios asintieron. Un señor de pómulos salientes quiso saber quién era. Atiné a decir que compartimos una amistad y después de satisfacer su curiosidad acepté el asiento que me ofreció con desproporcionada gentileza.      

Pronto se olvidaron de mi presencia y esperé en silencio el momento idóneo para reencontrarme contigo. Ahora tú duermes dentro de ese ataúd. Ellos ignoran el papel que cumplí en tu destino. ¿Cómo reaccionarían si lo supieran?, de seguro me lincharían. ¿Y cómo podría imaginármelo? Para qué insisto, ninguna excusa adormecerá la culpa. 

Debí aceptarle la tarde de cervezas a Rodrigo, recién salíamos de la universidad y en vez de preocuparse por estudiar para el examen de filosofía quería embriagarse en la cantina de Don Pozo. ¿Tú me vas a pagar el curso si desapruebo?, le increpé y antes de que soltara sus clásicas bravuconadas lo dejé en compañía de unos colegas de bohemia. 

Ya estaba a unos pasos de llegar a mi paradero y aguardar ahí el colectivo que me lleve a casa, pero tú irrumpiste en mis planes, me cogiste del brazo con tanta fuerza que en medio de mi desconcierto pensé que se trataba de un ladrón; volteé asustado y aprovechaste para abrazarte contra mi pecho en tanto que me rogabas ayuda, acicateando aún más mi turbación.

Bastó observar hacia mi izquierda para recuperarme del aturdimiento y comprender que huías de él, un medroso muchacho, de gorra y de pantalones flojos, que repetía hasta el exceso que no te comportaras como una niña. Me pareció muy cómica la escena. Entre sonrisas mal escondidas, te sentí infantil, una caprichosa empecinada en ridiculizar a su enamorado ante un desconocido. Urgido por estudiar y en plan de solidarizarme con aquel jovenzuelo esmirriado, te convencí que conversaras con él y arreglen sus diferencias. Entre sollozos que consideré fingidos, te dejé en sus manos. Maldigo ese momento, tu mirada llorosa de aquella tarde me atormenta desde que aprecié tu fotografía en el periódico, ahí me enteré que te llamabas Ana Claudia y dónde te velaban. Sigo acá, mis ojos me han traicionado, se han enlagunado de lágrimas, tus familiares y vecinos me miran con pena. Quiero irme, no me atrevo a mirarte la cara, observar tu semblante sin vida, y rogarte perdón por la ayuda que te negué, un perdón que no puedes ofrecer, que no cambiará tu historia, que ya no sirve de nada. 



domingo, 23 de agosto de 2020

Joe Guzmán/ 4 Textos Cortos (Serie: Poesía)

 





PUZZLES

Tienes que vender tu corazón, tus sentimientos más vehementes …

Carta de F. Scott Fitzgerald a Frances Turnbull 



LOS PÁJAROS

Nosotros somos como los pájaros. Siempre nos encontramos en constantes desplazamientos, buscando espacios donde sentirnos cómodos. Vivimos reuniendo desperdicios para poder construir algo. Los pájaros hacen sus nidos en las partes más altas de los árboles y les dan formas curiosas. Hacen un gran esfuerzo para poder estabilizarse. Pero al pasar el tiempo los nidos siempre terminan por caer.  Nosotros también juntamos desperdicios, pero no ramas ni objetos inutilizables, sino que nos posesionamos de amores abandonados por otras personas, de emociones que ya han dejado de sentir, de historias que no nos corresponden pero que a fin de cuentas las hacemos nuestras, olvidando que otros son los verdaderos protagonistas. 

Tarde o temprano, nuestras ilusiones también caen, sirviendo como desperdicios a otros que nuevamente empezarán a querer construir algo. 

De todo esto nadie puede escapar.


DEMIAN

A mi hijo. 

Son las diez de la mañana de un día cualquiera, Demian se aleja en un bus rumbo a Casa Grande. Salgo del paradero con las manos vacías, el sol oculta la parte izquierda de mi rostro, es una lengua que me despinta los cabellos y me coloca un papel entre mi pecho para doblar sus puntas y arrugarme el corazón.

Hay días que son palabras cortadas a destiempo, auroras siniestras tatuadas sobre las uñas, puentes colgantes sobre los cráneos. 

El bus aún se aleja y es como mirar mi cuerpo al borde de un precipicio, cazar un pájaro en la mitad del sueño y despertar por la humedad de la sangre. Yo también he buscado alejarme de todo esto, ser la respiración de un animal extinto, un crepúsculo en la espalda de alguna mujer, pero no he podido. Mi carne es la desidia de un espectro en la garganta de la noche. En el orificio del pasado se han fabulado el espanto de todos los hombres. Soportarlo es mi destino.

Soy el juguete sin piernas que Demian lleva entre sus brazos, mi habitación es el secreto de sus orines y yo me baño diariamente en él para ignorar la muerte. 


DARK

A veces sueño que el tiempo es un animal raro y hermoso que todos llevamos dentro. Siento sus diminutos dientes haciendo una fosa común en mi cabeza ¿Cuántos cadáveres entrarán en mí?  Ojalá el tuyo sea el primero y el último. 


UNA PELÍCULA EN BLANCO Y NEGRO

Caen hojas al costado de mi casa. Lo curioso es que no vivo al frente de un parque y los árboles más próximos están a una cuadra.

Se oye el soundtrack de “La Dolce Vita” (Finale). 

Hago memoria y la veo alejarse entre fantasmas. Ya no puede verme, ya no puedo ver su brazo haciéndome adiós, ya no puedo ver la placa del colectivo que huye despavorido por mi presencia. 

La noche se traga mi cuerpo y me expulsa en una habitación llena de libros, de ropa tirada por el suelo, de voces que abren grietas entre mis manos, de cadáveres que me sonríen mientras rasguño las paredes.  Es imposible retroceder dos horas de nuestra vida y volver a encontrarnos entre dos esquinas que hacen de todo por alejarnos.

No importa

Aún se oye el soundtrack

Somos una película en blanco y negro.

Yo, el antihéroe. Ella, mi heroína.

Yo, un juguete sin piernas ni brazos. 

Ella, mi chica de plástico cruel. 


sábado, 22 de agosto de 2020

Fernando Ballena Robles ( Serie: Cuento)



 


Serían las ocho de la noche. Nosotros no lo esperábamos. La calle solitaria, baja en iluminación y sin mayores ruidos que la voz nuestra. El colegio y las tareas podían esperar. Una sombra se acercaba para convertirse en silueta. Una chiquilla desamparada, con caderas y talle bien rico, se acercaba a nosotros. Nos dejó sin aliento su paso decidido. Nos hizo a un lado y no dejó tiempo para decir nada. Entonces, cuando se alejaba con todo su talante, mi compañero de holgazanerías me dijo como se llamaba. No sabía qué demonios decir, pero la llamé. Ella se detuvo. Es increíble cómo pasaban las cosas, así, de manera tan simple. Mi amigo de noches inútiles se alejaba de nuestros pasos. Tuve la corazonada que la abuela dormiría por el efecto del hipnótico que le recetó el doctor. Caminamos mucho. Ella hablaba de una amiga, de un cuaderno y una tarea. Sin saberlo ni proponérmelo esa noche tendría sexo. Ese olor a leña, esa mirada desconfiada y sexy, de niña mala. Fue un debut espontaneo, una verdadera apertura a la vida y una respuesta. 

Al siguiente día, en el colegio, no cabía de gusto de poder contar cómo es una mujer, a qué sabe el sexo fugaz con una chiquilla lampiña. ¿Pero, qué éramos? No éramos nada. Eso estaba mejor. Pronto ellos la conocieron. Muy pronto ella se haría viral. No era justo lo que quería, pero así se daban las cosas. Para las semanas siguientes, con Los Bronx, hicimos un trato interno, una especie de ritual, donde prometimos no tener sexo con ella si no era colectivo: “si tira uno, tiramos todos”. Logré defraudar un par de veces más a mis amigos. Pero a la tercera: ellos nos siguieron y no nos dejaron en paz. Por cosas del azar ellos entraron a la casa abandonada cuando un par de imbéciles se hacían pasar por policías. Aprovechando la revuelta de gritos, insultos y bravuconadas, ella quiso escapar. Los dos imbéciles que se quisieron hacer pasar por policías salieron perdiendo. Ella también. Los vi enardecidos. Los vi conduciéndola a la parte oscura del mercado. No había gente en las calles, no había quien les diga que no lo hagan. 

Los meses siguientes no la volví a ver. Al parecer ellos tampoco la vieron. Algunos fabulaban encuentros secretos con ella. Paul me confesó la noche de navidad -cuando lo vi bebiendo gaseosa-que ella lo había quemado. Otro me dijo que la ronda urbana la había capturado una noche y entre todos la habían violado. Así terminó su historia. Pudo ser distinta, no lo sé. Ahora está casada, tiene hijos, una vida sosegada. Lo que pasó esa noche quedó en el olvido.


Biografía Sobre mí, en el ahora:

Chepenano-trujillano, nacido durante la junta militar de Morales Bermúdez. Solitario infante de rincones caseros. Hijo de padres chepenanos. He pasado por muchos trabajos, entre ellos: cultivador de rosales, vigilante de caseta, fotógrafo, profesor de inglés, distribuidor de robalo y corvina, librero de calle y de viejo, aprendiz de vidriero. Actualmente me ubico en el tercio superior y estoy por terminar la carrera de antropología en la UNT. 


viernes, 21 de agosto de 2020

Luis Alejandro García/ El Biólogo (Serie: Cuento)

 





—Perdón, ¿puede repetirlo?
—Roberto Bolaño.
Su ingreso a la librería fue un milagro. El hombre caminó hasta la sección de Biología. Dudé en acercarme por el simple hecho de haber estado trabajando once horas seguidas. Estaba cansado y solo quería volver a mi casa, solo quería renunciar, pero debía comer y seguir comprando libros. Decidí acercarme haciendo un último esfuerzo.
—Buenas noches. Bienvenido. Soy Enrique. ¿Hay algún título que esté buscando en particular? —le pregunté. 
—No, ninguno, solo estoy viendo —dijo. Se acomodó los anteojos y algo me llamó la atención: sus zapatos carecían de cordones. 
—¡En quince cerramos, estaré en el almacén! —dijo mi compañera desde la caja registradora. Utilizaba el almacén libre de cámaras de seguridad como refugio y lugar de distracción. 
—¡Listo! —contesté.
El sujeto me miró y se acomodó otra vez los anteojos.
—Le gusta la biología —dije como tratando de olvidar lo que acababa de hacer mi compañera, invitando al cliente a que se retire. 
—En efecto —respondió—. Es más, la estudié como profesión. Una profesión bastante visceral. 
—¿En dónde? —pregunté mientras pensaba en los cordones que no tenía. 
—En la Universidad Nacional. 
 «Debió haber sido hace mucho, tendrá cuarenta años», pensé. 
—Ya ha pasado tiempo desde que me gradué —dijo. —¿Perdón?
—Ya ha pasado tiempo desde que terminé la carrera.
«Adiviné», me dije.
—¿En dónde trabaja? —creía que había hecho una pregunta indiscreta pero ya estaba formulada. 
—¿Estudias o solo trabajas?
«Creo que no comprará nada», pensé. 
—Estuve estudiando hasta el año pasado —le dije.
Cogió un libro pequeño del estante: La biología más allá del microscopio. 
—¿Cuánto?
Cogí el libro de su mano. Busqué el precio en la parte de atrás, pero no lo había. Tenía que llevar el libro hasta la caja. 
—Ahora vuelvo —dije. 
Me fijé en el precio.
—Ochenta y nueve soles —dije al volver.
—Ah, gracias. 
—¿Lo lleva? —dije alzando el libro. Siempre fui un idiota vendiendo. Muy directo. 
—No, no —cruzó los brazos—. ¿Qué carrera estuviste estudiando? — me preguntó. 
—Periodismo. Comunicación y Periodismo. 
—Entonces te gusta leer —dijo volviendo a mirar el estante. 
—Sí, pero lo que me gusta no me lo enseñaban, me gusta leer literatura —le dije. 
—Entiendo, tengo un hijo pequeño, también lee, le gusta mucho —la sonrisa apareció en su rostro. 
—Qué genial, ¿cuántos años tiene?
—Diez. 
—¿No vino con usted?
—Solo lo veo los fines de semana. Estoy separado. 
—Ya veo —pensé que era un tema delicado y que no era bueno preguntar por qué está separado. 
—Yo no he leído nada de literatura, mucho menos escribo, pero mi hijo, a pesar de su edad, escribe historias muy buenas sobre animales —volvió a sonreír y se acomodó los anteojos circulares—. Es un oficio raro el de la literatura, ¿no? 
—Sí —dije y bajé la mirada. Vi que su sombra se dibujaba en el piso de madera. 
—Pero la biología me gusta demasiado, siempre me gustó, desde pequeño, desde la primera vez que vi a través de un microscopio. Recuerdo que tenía ocho años cuando, en una feria de ciencias a la que me llevó mi mamá, vi un microscopio y un cartel que decía: acérquese a mirar la nada. 
—Debe haber sido alucinante. 
—Más que eso, para mí fue una especie de acto milagroso —se pasó la mano por el cabello
—. ¿Qué hora es?
Miré mi reloj de pulsera y le dije la hora, volví a mirar sus zapatos. 
—Bueno —dijo—, muchas gracias, nos estamos viendo. 
Me acerqué un poco más a él, yo tenía el libro en mi mano.
—Lléveselo. 
—¿Perdón?
—Llévese el libro —volteé a mirar si mi compañera salía del almacén.
—No tengo dinero —me contestó. 
—No le digo que lo compre. 
—¿Qué? 
—Tómelo, métalo debajo de su chaqueta y lléveselo. 
—No, no podría. 
—Ahora o nunca —le dije mientras le sonreía. 
El biólogo lo pensó un momento y tomó el libro nerviosamente. Lo metió en su chaqueta. 
—Bueno, ahora salga tranquilamente, mi compañera aún está en el almacén, no lo notará y las cámaras no sirven.
—Muchas gracias —el biólogo estaba estupefacto—, muchas gracias, Enrique, pero no —dijo y volvió a sacar el libro para entregármelo. 
—Bueno —sentí que me delataría con mi compañera. 
—Pero gracias de todas maneras.
—Mi apellido es García —le estreché mi mano, la palma de su mano sudaba.
—Yo me llamo Roberto Bolaño —me dijo.
—¿Perdón?
—Roberto Bolaño.