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martes, 20 de diciembre de 2022

OLENKA SALINAS - 4 POEMAS

 





***QUINTO PISO***

 

No hay silencio siquiera en mi mente

Los gritos queman, sangran, duelen

¿Por qué lloran las tortugas?

Recostada en el mar de nubes

Ligera y sin edad

Niños cantan con sonrisas

Rio de lágrimas

Descalza navego el mar infinito de recuerdos

Me he topado con uno de ellos

Pintándome los labios me veo

Niña siendo, 

vitilosh pido

Mamá dice no, hay invierno afuera

Continuó viajando presa, hipnotizada

Llego a casa verde

En casa verde hay llanto, decido continuar

Moverme aún no puedo, siento

Casa verde ahora es negro

decido ingresar

Mamá no llora, mamá observa a sus niñas

¿Por qué lloran las tortugas?

Se han escondido tus niñas mamá

He cerrado la puerta de ese recuerdo

Y ahora recuerdo porqué comencé a navegar



***He llevado el mar a casa***

He llevado el mar a casa en una bolsa de tela

El viento escondido en mi blusa

Huye de los árboles que lloran porque se acerca el otoño

Busco bosque en desierto

Busco sol en invierno

Estrellas bailan en mi cuerpo 

me susurran las tragedias que el tuyo esconde

El mar sin mar y sin olas nuevas es charco amargo

Acostada en celeste llevo el infierno de collar

No pasa nada, sonríe si no vuelve

Niña de mirada luna

Llévate el mar a casa

Juega a escondidas con el viento

Abraza a los árboles que lloran porque el otoño se llevó su vitalidad

Cúbrete de sonrisa porque él ya no vuelve

 

***CAPARAZÓN***

 

Pesar mío

                              Compañero mío

Sutilmente esclava tuya

Hunde tu duro mazo en mi cosquilla izquierda

Cóseme los ojos que ya no quieren ver

Guíame sin ellos al alivio

Ahora, 

alivio tómame y repíteme en el oído

         PIEDAD, PIEDAD, CRUELDAD

Grito sin fondo y con hedor dulce

Busco tus manos alivio

Busco tu consuelo alivio

Me has abandonado

 

***SOFI***

Hallaron mi cadáver en unas hojas de papel

En mis ojos el reflejo de la sonrisa plateada ya no iluminaba

La banca donde regué la lírica de mis gritos

fue pintada por un grupo de huérfanos de memoria

y mis pies desnudos del color del ocaso 

indicaba dónde la calza de cuero había quedado 

Recogieron mis oscuros trapos, un anillo de sangre

y mi sortija chiquita, tan chiquita como estoy ahora

Detestable fui para ellos, demasiado excéntrica, tal vez

Tocaron bellas sinfonías con el crujido de mis costillas 

Besaron mi rostro con sus talones

Hallaron paz en la decadencia de mi pulso

 

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martes, 6 de diciembre de 2022

RESEÑA POÉTICA/ XAVIER POICÓN

 


LA FORMA ÚNICA DEL CAOS

 

Una vez terminada la lectura de un libro que ha logrado conmovernos, y ya pasados los días y las noches con sus rutinas, ese mismo libro pareciera volver a nosotros, pero esta vez en forma de sombra, como Virginia Woolf dice en uno de sus ensayos: "Allí cuelgan en la mente las formas de los libros que hemos leído". Formas. No un estado de ánimo, ni el argumento, sino algo más plástico. Es como si una escultura acuosa se hubiese creado durante la lectura y ahora viviese en nuestra mente. Un residuo que persiste en una forma única.

Tuve el privilegio de leer La Arqueología del Caos antes de la impresión del libro. Privilegio que se deriva de uno más grande, contar con la amistad de su autor, Joe Guzmán. Las amistades que se forman sobre la base de un vicio común suelen ser las más duraderas. Y nosotros compartimos dos: el embriagante vicio por la lectura y, quizás el vicio más infame y destructivo de todos, el de la escritura.

Como si se trataran de hongos alucinógenos o anfetaminas, hemos venido traficando libros y escritos desde el 2014 con la esperanza de lograr estremecer nuestros organismos yonkis cada vez más inmunes y exigentes. Nos va quedando claro, eso sí, que no existe cura para nuestra condición. Estamos condenados.

Leí su libro de un tirón, y luego, inmediatamente, lo volví a leer con la certeza de que se me escapaban muchas cosas, imágenes, intenciones.  En la segunda lectura sentí algo parecido a lo que siento al ver los cuadros del Bosco. A cada línea explotaban imágenes tan cargadas y evocativas que era difícil quedarse con una idea general y perderse la belleza de lo pequeño. Igual que en el Jardín de las Delicias, había que aguzar la vista e ir construyendo el cuadro general detalle a detalle. Con la paciencia de un arqueológo que valiéndose solo de un cepillo de dientes se dispone a desenterrar una ciudad entera, recorrí verso por verso el camino que me proponía el libro. Atravesé sus páramos y cuevas, seguí el rastro de melancólicos homínidos, la desolación que arrasó nuestro pasado y reconocí el vértigo de nuestro futuro póstumo. El tiempo. Como dice Ezra Pound: "lo que sabemos lo sabemos por ondas y espirales que salen de nosotros y de nuestro tiempo". Joe sigue esta trayectoria. Ondas y espirales. Deformadas por el colapso. Pareciera que asistimos a la etapa final de la especie, al inventario de nuestras derrotas, de los presagios no atendidos. Es inquietante que la narración sea en presente y no en futuro. ¿Hace cuánto que habitamos nuestra propia extinción?

"Qué profunda y terrible es la luz que brota de nosotros/cuando estamos próximos a desaparecer", dice Joe en El crujido de los fósiles. Y quizás esa luz sea a lo que se refiere Susan Sontag cuando dice que "el pasado es el más surrealista de los objetos, haciendo posible ver una nueva belleza en lo que se está desvaneciendo”.

 


(Luis Eduardo García, Joe Guzmán y Óscar Limache, en la presentación del poemario)


Pero la arqueología no es una ciencia, es una Vendetta; y le sirve también para saldar cuentas con su generación, con la tradición, con el pasado. La búsqueda también es interna, la verdadera búsqueda del caos, de ese caldo de materia primitiva que en la destrucción del orden pareciera dar sentido a todo. Artaud decía en una carta: "Mi vida es la realización de una profecía".  Y Joe alinea su destino con la poesía, todo poeta es su propio profeta. “Solo tú eres digno del fuego”, dice Joe en su Réquiem por Juan Ojeda, oteando los pasos del poeta suicida en la noche ciega del infierno.

Retomo la idea de la forma única que se crea en nuestra mente cuando un libro nos conmueve. Porque debo decir que La Arqueología del Caos me conmovió profundamente, y al volver a leer sus páginas siento que se han incorporado nuevas formas y significados que han enriquecido su lectura. Sé que cuando vuelvan a pasar los días y las noches con sus rutinas, la forma final del libro terminará siendo una especie de alquimia entre la forma que creó Joe y la forma que yo como lector puedo seguir dándole. Son pocos los libros que  tienen esa capacidad de no agotarse. La Arqueología del Caos es uno de ellos.  

Sé que propiciará un número infinito de reuniones. Gracias por esa forma única de mezclar belleza y estremecimiento que tu libro ha logrado esculpir en la mente de quienes lo hemos leído.

 

 


jueves, 1 de diciembre de 2022

REPORTE NECROLÓGICO / JORGE MÉNDEZ CRUZ

 



El cuerpo que yace sobre la mesa de autopsia es el de un hombre, de unos sesenta años aproximadamente. Presenta heridas múltiples de arma punzocortante. Una de ellas sobre la clavícula izquierda y que compromete la arteria carótida ha sido de necesidad mortal.

No me compete a mí, un oscuro funcionario de rango inferior, detallar en este informe los pormenores del crimen, o efectuar un juicio de valor acerca de las motivaciones que llevaron a sus autores a ejecutarlo. Ni siquiera cabría (como se acostumbra en estos casos) convocar a un familiar o amigo cercano para realizar la identificación del occiso: el perfil aguileño, la calvicie incipiente y las facciones de su rostro, aún contraídas por el rictus de la muerte, me resultan absolutamente familiares, como a cualquier otro ciudadano de esta república, como a cualquiera que haya utilizado una moneda de bronce.

Mi tarea -mi execrable tarea- consiste en hurgar en los despojos e indagar la causa de la muerte del individuo que continúa tendido sobre la mesa de ébano en posición casi fetal. El rigor mortis le agrega dificultad a mi labor y ha multiplicado el oprobio de su destino. Visto así: desnudo y con los antebrazos cubriéndole parcialmente el rostro, como tratando de protegerse del vendaval de dagas y puñales que se precipitó sobre él; con el torso tasajeado de profundos cortes y algunas vísceras expuestas, difícilmente podría alguien relacionarlo con el fasto y la alta magistratura que ostentó en vida. Difícilmente podría alguien avizorar, en medio de la sangre seca y la piel desollada por la lluvia de hierro, algún rasgo distintivo de su grandeza y las campañas victoriosas con las que sus legiones inundaron el mundo...

Mientras manipulo el escalpelo, imagino por un momento el blanco edificio, los silentes patricios aguardando su llegada en tensa calma. En el ambiente un aire de impaciencia, un murmullo de presagios aciagos que se acallan de golpe. El dictador perpetuo toma su lugar en la silla dorada y con un gesto de mano da

inicio a la sesión… Pero pronto intuye que no la culminará. De un momento a otro se ha visto rodeado por rostros familiares que ahora le miran con fuego en los ojos. Ha llegado el momento final y recién se ha dado cuenta.

Esquiva un primer ataque que logra rozar su hombro izquierdo. Cubre su rostro con la toga como queriendo protegerse de la tormenta de agravios y de cuchillos que se desata sobre él. Apenas logra articular algún quejido. Tras unos pocos minutos se desploma ante los ojos horrorizados de los pocos testigos que aun quedan en las graderías… Estos pensamientos me asaltan y me distraen, y entonces brota de mis ojos un velo líquido que difumina por un instante la escena.

Sin embargo, mi rigor profesional se impone y anoto en la tablilla los hallazgos de mi examen: un total de veintitrés puñaladas, inferidas en distintas partes del cuerpo, con preeminencia sobre la región torácico abdominal. Cortes superficiales sobre el rostro, el cuello (además de la mencionada herida mortal), un corte importante en la zona abdominal y otro en la región pélvica. Múltiples heridas de arma blanca infligidas post mortem, algunas de ellas inclusive sobre heridas preexistentes… una carnicería brutal.

Concluyo este breve reporte forense con el diagnóstico que adelanté al inicio: Individuo de cincuenta y seis años, apuñalado por numerosos atacantes. La herida mortal probablemente haya sido la segunda puñalada infligida a la altura del cuello. Causa de la muerte: hemorragia masiva y consecuente fallo multiorgánico…

En ese momento un legionario interrumpe mi labor:

- Debe terminar ya: el senador Marco Antonio necesita preparar el cuerpo de Julio César para dirigirse a la plebe romana, indignada por el magnicidio, y que se ha congregado frente al templo de Júpiter…1



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1 A manera de colofón cabe resaltar que, una vez muerto Julio César, se produjo al interior de la República romana un vacío de poder que desembocó en una nueva guerra civil. Muchos de los principales conspiradores resultaron muertos al cabo de los años. Paradojas del Derecho y de la Política: la supuesta liberación de Roma del peligro de un inminente retorno a la monarquía por parte de César (justificación de su asesinato) dio lugar al nacimiento del Imperio Romano con Augusto, sobrino nieto de aquél, como primer emperador. (Nota del editor)

martes, 15 de noviembre de 2022

MIGUEL TORRES REYNA/ NZAL


 



Si eras el arquero, la primera pata de la N era tu palo derecho y la línea larga de la L el de la izquierda; dentro del arco, primero iba la Z y, juntita, la A, cuyo huequito triangular servía para hacer puntería con la pelota y lanzar apuestas que siempre ganaba Ricardo. El travesaño era una línea imaginaria que se prolongaba hacia ambos lados de la parte superior de la Z. Cuando la pelota tocaba en la Z, nadie reclamaba; pero si caía en el vacío que tiene la parte superior de la N o en el mar entre la A y la L, las broncas por saber si era gol se tornaban bravas y hasta podíamos agarrarnos a puñetes. Cuando eso ocurría, lo mejor era estar siempre del lado de Guillermo.

 

Guillermo tenía un superpoder: no podía sentir dolor. Físico, hay que precisar, porque del otro, del que atenaza el pecho y deja el estómago como amarrado y la garganta en silencio, pues de ese sí sentía y bastante. Aunque nunca lloraba. Ni siquiera cuando murió su madre y todos lloramos luego del entierro, sentados en círculo sobre el morrito de arena y piedras que dejaron sobre la tumba, callados, pensando que también nuestras madres iban a morir algún día. Pero la de Guillermo no debió hacerlo, porque dejarlo viviendo solo con el Loco Tano no iba a ser nada bueno, para ninguno de los dos.

 

El Loco Tano no era el padre de Guillermo. El padre de Guillermo era un tema del que solo podíamos hablar si estábamos dos o tres a solas, nunca delante de todo el grupo, nunca si Guillermo estaba cerca, salvo que fueras un suicida. El Chato Pedro tenía la teoría, escuchada en la tienda de abarrotes y chismes de la vieja Zoila, de que el padre era un trompetista colombiano de una orquesta de salsa que estuvo de gira unos días por nuestra ciudad, que se aprovechó de la virginidad de la madre de Guillermo, todavía adolescente, y se fue como si nada, dejándola encinta.

 

La vieja Zoila decía, o el Chato Pedro exageraba, que el músico era un negro alto y fuerte, con unos ojos grandotes que parecían no pestañear nunca y una sonrisota de choclo, como si siempre se acordara del mejor chiste que hubiera escuchado. Finalmente, sintiéndose más sabio, el Chato Pedro nos preguntaba: ¿Acaso Guillermo no toca de puta madre la trompeta en la banda del colegio? ¿Acaso no tiene una fuerza de toro ese cojudo? ¿Acaso, la otra vez, no escuchamos al Loco Tano gritarle «negro de mierda»? Pero Guillermo no es negro, replicaba Ricardo, y toca la trompeta porque es burro y sabemos que los de la banda del colegio siempre pasan de año así saquen malas notas. Entonces, el Chato Pedro retrocedía y volvía a echarle la culpa de la leyenda a la vieja Zoila, pero luego arremetía, aunque esta vez sin hablar de Guillermo, con la incuestionable verdad de que la vieja Zoila sabía la vida de todos nosotros e incluso sabía más de nosotros que nosotros mismos.

 

Luego de la muerte de su madre, Guillermo se entregó de lleno a la trompeta y a las broncas. Era un maestro con ambas. Con la trompeta ya no solo tocaba las monótonas marchas militares o las aburridas marineras, sino que los sonidos emanados de su boca y el metal generaban tanta fuerza y vibraciones que a todos llenaban el alma con unas abusivas ganas de bailar, incluso a los perros y a los árboles. Era salsa, pero era más que salsa lo que nos hacía escuchar Guillermo. Nosotros le decíamos, contentos de verdad, que ya estaba listo para Niche o los Latin Brothers. Y la vieja Zoila, siempre aguafiestas, rabiaba diciendo que esa trompeta iba a llamar a las lluvias y a los temblores.

 

Guillermo no solía alegrarse de su buena estrella musical. Tampoco se alegraba cuando, en las broncas —luego del debate e insultos necesarios para saber si era gol o no las veces que la pelota rebotaba sobre el lomo de la N-, quedaba con los puños manchados de sangre de los labios, narices, dientes, cachetes y frentes de sus rivales. Solo se largaba caminando tranquilo a su casa y nosotros atrás, volteando de vez en cuando para amenazar a los golpeados y gritarles que no vuelvan a meterse con nosotros, porque la próxima vez les iba a ir peor.

 

Pero con el Loco Tano nunca se enfrentó, a pesar de las palizas que le daba, muchas veces en la calle delante de nosotros, siempre por las huevas. Solo abría sus ojos y no dejaba de mirarlo ni un segundo, sin llorar, sin quejarse. Fue entonces que descubrimos su superpoder. «Guillermo no siente dolor», pensamos todos a la vez. Por eso nos pareció genial que luego de terminar el colegio se uniera al Ejército y se fuera a pelear en la guerra. Nuestro barrio tendría su propio Rambo, un conchasumadre que no iba a dejar que ningún terruco maricón volviera a matar ashánincas como vimos en la tele.

 

Unos años después, cuando volvió del servicio, seguía igual de callado. Lo invitamos a pelotear. Le contamos que otros militares como él habían llegado al barrio, pusieron el toque de queda y una mañana borraron las señales del arco. Ya no había ni la N ni la L, y también la Z y la A quedaron en blanco. No dejaron nada tampoco de VIVA EL PRESIDENTE GO ni de la O final. Ricardo dibujó un nuevo arco con un carbón y jugamos sin broncas. Ganamos.

 

Luego acompañamos a Guillermo a su casa, el Loco Tano lo esperaba en la puerta. Inesperadamente se abrazaron. En la madrugada nos despertó la trompeta de Guillermo, y no tocaba ni salsa, ni marinera, ni nada militar. Era un sonido extraño, parecía salir de lo más triste de la oscuridad, más triste que el paisaje del desierto y que los cerros grises y lejanos.

 

Después escuchamos el silencio.

 

Y después el disparo.

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miércoles, 9 de noviembre de 2022

EL BOLERO DE LA MANDRÁGORA

 



El bolero de la mandrágora

 

A Eduardo Olguín

 

 

Eduardo Morales suele hurgar los by pass de madrugada, buscando al espíritu meón del humor negro. Esta noche me despertó a las cuatro de la mañana para contarme que halló a Pantaleón Pantoja bajo el by pass del óvalo Coca Cola; entre orines, condones y murales lisérgicos. Fue degradado a soldado raso, según le contó; y mostraba serios episodios de estrés post traumático: se comía las uñas, se cacheteaba la cara y cantaba “Arriba, arriba, arriba el Perú…”

 

-Hay un muchacho de 25 años llamado Tuluz; su deseo -aunque más parece arrechura de soldado de trinchera- como muchas veces escuché en sueños, es encontrar a la meretriz Mambia de Jamaica, que labora en algún night de esta ciudad. El mocoso quiere escucharla gemir en inglés y oír sus relatos de protestas en las costas británicas; quiere abandonar su castidad en una encerrona de líquidos culturales y bilingües. Llegué a esta dimensión porque siempre que Vargas Llosa critica sesudamente al comunismo, se abre un diminuto agujero interdimensional entre la Literatura y Bolivia. Así que completamente jodido y preocupado por ese arriola, crucé veloz manejando un carro Ford, que reapareció justo bajo este mugriento by pass donde se oyen ecos llaneros; luego el auto fue abordado por un enmascarado que viéndome dijo "ajá, con que llegaste" y marchó raudo -relató Pantaleón me dijo Morales; pero sigue aquí conmigo, te lo paso; estamos tomando unas chelas, a la vez que le hablo del partidazo Peñarol - Mannucci  y miramos fotos de Tuluz. Baja al toque, chapa un taxi. 

 

-No la hago, mañana por la madrugada sí le caemos pero antes haces la llamada ganadora a Rigoberto para encontrar a la tía -contesté semidormido. Moría de sueño; pensaba ¿por qué carajos Pantoja es obsesivo con la castidad de este Pitín Zegarra como para que viaje a mi ciudad? La conversa con mi pata había despertado a mi madre; que adormilada, sintonizó La Inolvidable... sonando Percal, te acuerdas del Percal. Previo a cerrar los ojos, canté bajito y al unísono con Bienvenido Granda la juventud se fue… Luego pensé... ¡pero qué bacán!, hoy en la noche conoceremos a uno de los personajes más bravos del universo Vargas Llosa. 

 

Cerré los ojos, lentamente ingresaba al sueño y oigo por telepatía: Mi coronel Murillo, tráigame un poncho, por favor.

 

 

Encontrar a Tuluz no fue tarea ardua, pues lo hallamos afuera del cine Chimú a unos pasos del Rigo que allí nos citó; sólo me sorprendió que la cara de Tuluz coincidía con la de un gran amigo mío, y en efecto, era él. En el carro del Rigo fuimos hasta donde Pantaleón; subió al auto: saludó a Tuluz diciendo la castidad no más será una virtud. Tuluz agradeció, replicando ¿qué novela estás leyendo? Rigoberto nos aseguró saber el paradero de la chica: que ésta fue separada de sus padres y la mandaron selva dentro cuando ellos decidieron incorporarse, adoctrinados de comunismo en Manchester y convencidos de que Sudamérica debe ser liberada, al MRTA; que en la Plaza de Iquitos desde hace diez años, un australiano anda desnudo persiguiendo la figura de la jamaiquina, enfermo porque no salió de un viaje de ayahuasca. La chica sí que sabe agitar el corazón, bros; ¡cuidado! -dijo el Rigo; ya los llevo, pero los dejo en la entrada y arranco. Llegamos al lugar: eran las típicas tres de la mañana, con sus postes moribundos y su luna mal agüera; y uno que otro taxi gualgo, que o bien transporta a pasajeros fantasmas o a Fernando Ampuero escribiendo Taxi Driver sin Robert De Niro. Rigo tocó dos veces el portón; emergió un rostro fiero con una cicatriz, apenas bajo el ojo derecho. Pasen, dijo. Espeso olor a cerveza, desesperanza, fluidos sexuales, saliva y sudor pobablan por completo el ambiente lascivo y fantasmagórico. Yo osado, le pregunto al de la cicatriz ¿y la jamaiquina? Bueno, bueno, causa, para eso se paga más… pero ya que vienes con ese soldado; vengan, vamos al bar; allí hay una puerta para acceder a un sótano. Bajamos. 

 

El escenario aquí se hallaba en las antípodas de lo que ocurría en el primer piso; en éste había un orden sofisticado y estricto: escritorio pulcro, biblioteca con clásicos de la literatura universal y discos de jazz y vals criollo dispuestos en estantes de roble; además de un añejo equipo de sonido made in Cuba, reproduciendo un vinilo de boleros. Dada nuestra impulsiva curiosidad nos fijamos en el escritorio; de espaldas un hombre cano tecleaba una máquina de escribir, con rectitud dramáticas. -¿Así que estás aquí, Pantaleón? -dijo el anciano, haciendo una pausa en su labor, colocando sus lentes sobre el escritorio. Pantaleón, volvió a decir el hombre cano, escribiré un relato donde cierras el portal dimensional en Cochabamba… pero descuida, escribiré además que creas otro donde llegas a un paraje que cesará tu miedo; pero dónde llegarás te lo diré en privado, ven conmigo. En un rincón cerca a la biblioteca, el viejo sirviendo un vaso de Pilsen Trujillo a Pantoja, le confesaba dónde aparecería. La conversación se detiene; el anciano nos mira agudamente a los tres, Pantaleón luce sereno.

 

-Tú, muchacho... Mambia está en ese cuarto al costado del equipo de sonido; ella sólo es un mito creado por mí para atraer a solitarios borrachos al primer piso, pero nunca descienden a mi guarida porque les borra la memoria con un beso en la frente y van frenéticos hacia las prostitutas, pero tú viniste con Pantoja -le dice el anciano a Tuluz, y agrega: Sólo aquí abajo puedo escuchar historias patéticas y heroicas, provenientes de aquella pocilga de arriba, que merecen ser noveladas. Es reconfortante saber que leíste mi poco feliz libro de cuentos donde la menciono; intuía que un solitario como tú la extraería a este plano. Nadie existe allá arriba; ese hombre de rostro enfadado pertenece a una novela que nunca publiqué. Ya entra, entra, muchacho; esa cara de jabalí en celo la he visto antes. Mi amigo ingresa corriendo; una luz verde fosforescente ilumina la habitación.

 

-¿Y ustedes dos? -con voz desafiante pero amigable, pregunta el hombre cano. Mi nombre es Alfredo; yo soy Eduardo; somos aficionados a la literatura. En ese instante Morales sufrió una metamorfosis: nariz dorada, traje de astronauta sin casco, peinado mohicano y plateado; e incorporó riendo, quiten esa mala cara compadres, que los va a matar esa amargura… esa amargura… esa amargura… pero si tengo esta mala cara es porque mis zapatos pesan cien kilos más que mi fe católica. El anciano y yo sonreímos; pero Eduardo reía con tal éxtasis, que arriba el hombre furioso alzó las cejas y se permitió un segundo de sonrisa. Mi amigo muy enfermo de risa, ingresó a un estado de pleno relajo; luego abrió completamente los ojos, emergiendo luces rojas de estos, diciendo Alfredo, él que está a tu lado es Mario Vargas Llosa. Tuluz desde el cuarto ¡¿quéééééééé?! pero nunca salió el muy arriola, Pantaleón se miraba frente a un espejo que reflejaba saludos militares. Por mi lado, sorprendido pero no intimidado, dije: Es de ptm conocerte; con mi idioma español fortalecido te pregunto ¿qué fue del Poderoso Ford? Vargas Llosa sonrió con las manos entrelazadas y nos dijo bienvenidos; incluso tú Tuluz. Eduardo regresó en sí, y cantó -con voz burlona- tabaco, tabaco, tabaco y sucede esta pegada aleatoria donde Mario conoce a tres peruanos que creían en El monstruo de los cerros y miraban Pompinchu. Todos reímos; incluído Pantaleón, el ultra pajero de Tuluz y Mambia que reía diciendo you are an motherfuckers, buddies.

 

 

Eduardo con nariz dorada, traje de astronauta sin casco y corte mohicano plateado levitaba inexpresivo; pero olía en sus ojos que deseaba descansar, que quería crear con solo desearlo una silla para distenderse. Vargas Llosa y yo dejamos de reír, y nos mantuvimos en silencio: ambos nos imaginábamos bebiendo unas espumosas cervezas alemanas con Feinhals e Ivana, en el bar Queirolo de Lima; nos veíamos animados y dispuestos a pedir una segunda ronda de heladas, pero Mario salió de sí, y me dijo ¿así que también con héroes literarios ejemplares que patearían culos abusivos? En efecto, respondí; estoy convencido de que Feinhals debe patearle el culo a Fujimori pero con botas militares compradas en el mercado negro donde  los chilenos las compran para patearle el culo a Pinochet y los venezolanos a Chávez. La risa de ambos volvió. El tipo de arriba se permitió una segunda sonrisa y los borrachos iniciaron lastimeros relatos que las meretrices oían embotadas de noche y cansancio. La madrugada señoreaba en Trujillo; desde el mar de Buenos Aires idílicos cristales de sal y agua estimulaban la memoria olfativa de los que estábamos en el burdel y el bunker. -¿Con qué eres Alfredo? -dijo Mario. -Alfredo Murillo; me llamo así porque jode tener treinta y dos años, y no elaborar buenos flashbacks y raccontos como un mediano escritor de treinta y dos años que ama la Literatura -contesté, en tanto respondía un mensaje de WhatsApp. 

 

La redacción del mensaje tomaba segundos, segundos que inquietaban al escritor; por lo que exclamó, con la seriedad y dulzura de los buenos abuelos, dirigiendo la mano a la barba para repasarla, ¿debe ser una persona muy importante para que dejes la charla con un nobel de literatura? -Sí don Mario, es mi novia -respondí, echando un vistazo a todo el ambiente: Eduardo levitando, Tuluz y Mambia en el cuarto gimiendo como puercos; pero no hallaba a Pantaleón, por lo que regresé la mirada a Vargas Llosa para seguir conversando y descubrí una chispa en su pupilas: en ellas veía cómo imaginaba a Pantoja cruzando otro portal; dos segundos después, desplazando mi mirada a la derecha, mis párpados contemplaban asombrados que Pantaleón estaba reducido a solo piernas evaporándose, en aquel mismo rincón donde momentos antes charlaba con Mario. Superado mi estupor pregunté: ¿don Mario qué es realidad y qué es ficción, es la letra a del abecedario idéntica a la que pronunciamos? Eduardo despertó sintiendo curiosidad por mi pregunta pero rápido retornó a su catatonia; Vargas Llosa y yo nos miramos hacia dentro por un breve momento hasta llegar a Arequipa y Chepén, después nos perdimos contemplando la luz fosforescente de la habitación de Tuluz y Mambia que era tan potente como la filosofía misma. Cuando de pronto Vargas Llosa, como hombre del llano, liberó una confesión: al Rigo, el hombre que los trajo en carro aquí, lo conocí afuera del cine Chimú, el día que fui a documentar historias de ese centro cultural para un libro; él pugnaba por entrar, porque estaba poseído por la creencia de que dentro operaba un prostíbulo de mujeres barbudas y siamesas; entonces decidí que este hombre sería quien transporte a los borrachos que leen el cuento de Mambia, y que sería también éste quien la adorne ante ellos de adjetivos eróticos, luego se sumió en el sopor causado por el aroma del mejunje de Sampedro, que el Rigo preparaba allá arriba rodeado de borrachos y meretrices. Éste me escribió por WhatsApp Flaco, más tarde caeré para preguntarle al tío, esta vez ya que se deje de vainas, y me diga sobre las sirenas nadando en piscinas inflables adentro de ese cine chonguero; el Tony Montana de arriba me cambió la llave de la puerta por dos cox. Mi amigo de rodillas, mirando hacia abajo con la puerta abierta, arrojó una manguera que echaba tibias humaredas de sampiter; desde la puerta oía además nuestras sedadas conversaciones, para constatar que el cine Chimú no operaba como chongo de fenómenos circenses.

 

Eduardo -ya despierto-, el Nobel y yo nos sentamos sobre un sofá que estaba al lado del escritorio y nos unimos tanto a éste, que mudamos a un solo organismo; estábamos embrujados por el sampedro, por el lujurioso olor que provenía del cuarto de la jamaiquina donde Tuluz la penetraba disfrazado de enano circense, y por el dulce y borrascoso bolero doos gaardeniaas para ti, con ellas quiero decirr. Nuestros seis ojos se transformaron en un animal salvaje, que repentinamente siente calma; relajados, miramos en simultáneo la pared del fondo del búnker. En ella pendía una inédita foto enmarcada del Che Guevara -que sólo poseen los primeros y más grandes izquierdistas, que vivieron los agitados aires de la revolución cubana- : estaba el Che junto a García Márquez; el Che vestido con una blanquísima guayabera y García Márquez usando un rotundo traje de guerrillero; ambos ampliamente sonrientes, con la revolución tintineándole en los ojos, circundados de vegetación y chozas. Después, como un fatigado parpadeo, lentamente apareció Pantaleón Pantoja en la fotografía: en medio de ambos, abrazándoles, colmado de sonrisa… y con una chispa en la mirada evidenciando que rebeldía e inteligencia no son incompatibles. 

 

Con los tres sumergidos en el trance de la fotografía, y Tuluz junto a Mambia conversando cómo Inglaterra recibió inmigrantes jamaiquinos en sus costas, se anuncia dentro del búnker un tercer bolero que fermentado con malas horas lujuriosas, melosos borrachos cantineros y dulces peleas de gatos callejeros despliega su tristeza caribeña Loos aretess que lee faltaan a la lu´na loos tengoo guardadoss paraa hacerte un collaar… El Rigo sabiendo que el Chimú ya no es más un chongo porque oyó a Mario decir en ese cine no hay humanidad, hay sólo fantasmas y desperdicios, lo tengo todo registrado, va en pos de otros aretes que están en el fondo del mar para así ganar las caricias de las lujuriosas almas en pena, del viejísimo cine. Soon mi únicaa foortuna y te´ los voy a darr… 

 

 

Abro los ojos: son las cinco de la mañana de un sofocante verano limeño del año 1998; aún el sol no ilumina sus dominios, pero en mis oídos todavía suena ese viejo bolero cubano que mi abuelo escuchaba en Chepén. El sueño me había trasladado hasta la norteña Trujillo, ciudad que visité dos veces; miré al techo, esperando que abra sus puertas para mirar al cielo y preguntar a las alturas por qué ese sueño; no se abrieron. En la t.v -encendida porque es función suya ser talismán para alejar mis pesadillas- transmitían los pormenores del Festival Internacional de la Primavera de Trujillo, que ya estaba por finalizar -era un programa repetido, de esos que auxilian a los insomnes. Concluye el programa; son las seis de la mañana e inicia el himno nacional, y es en la mitad de éste, que el televisor se apaga abruptamente, y en su negra pantalla aparece el rostro anciano de Vargas Llosa, que estirando su mano me dice Vamos a festejar; has creado un universo alternativo en Trujillo del año 2021:  El Rigo es el alcalde provincial, Eduardo Morales presidente del Perú, Tuluz y Mambia congresistas y ahora mismo hay un concierto en la azotea del edificio Servat celebrando la legalización de la marihuana y el ingreso de capital finlandés para potenciar industrias, colegios, comedores populares, hospitales y burdeles en La Libertad, una clara victoria del descentralismo; toma tu mochila, y entra por la pantalla. Así lo hice; delante del carro Ford que el Rigo usaba para transportar a los hechizados por Mambia, Pantaleón -con acento cubano- me dice Vamos, vamos a vivir, vamos a lanzarla al concierto; desde dentro del televisor, apoyados de espalda contra el auto, observamos que mi techo despliega sus selladas alas; y desde más allá de la estratósfera escuchamos una voz estentórea pronunciar: 

 

¡Viva el Perú carajo!









jueves, 3 de noviembre de 2022

Sidney Carton / La locura + Nostalgias - 2 Poemas.

 



La locura


Me desespera saber que estás del otro lado, amor mío. 

El sentirte mía y saber que eres plenamente ajena. 

¡Ay, amor! Me desespera esta esperanza burda de juntarnos. 

Este deseo tonto de encontrarnos a mitad del puente. 

Y ser felices colgados en mitad de la nada, cual astros del cielo.


¿Qué hora es? ¿Es tarde? ¡Esperemos que todos duerman! 

Yo te iré a buscar esta noche, por todos lados te buscaré. 

¿Dónde estás que no te encuentro? ¡Mi amor! ¡Mi amor! 

¿Acaso no escuchas este llamado agónico y triste? 

Mira que tengo sucias y doloridas las manos de tanto buscarte. 


Ya el rubicundo sol se dibuja por los cerros cotidianos. 

Hay tanto vacío entre el alba azul y el crepúsculo lúgubre. 

Todo es así desde aquel día que te fuiste, ¡todo tan triste! 

Odio el alba y su sol matutino, ¿a quién le gusta el tiempo canícula? 

En cambio, la noche, ¡ay la noche! ¡que hermosa es la noche!


Otra vez iré a buscarte, todas las noches iré a buscarte. 

No me cansaré jamás de buscarte; porque te extraño. 

Nadie sabe cómo te extraño, 

cómo me dueles en cada parte de mi ser. 

Tampoco me han visto buscarte por las noches, 

no han visto cómo te busco por las noches, ¡ay, mi amor! 

Ellos dirían que esto es locura, ellos no lo entenderían. 

Si se enteraran que te busco ya no me dejarían buscarte, ¡idiotas!


Perdóname amor, ya sé que estás enojada. 

Yo también metí tierra sobre ti aquella tarde de agosto. 

No sabía lo que hacía, te juro mi amor, ese día estaba loco. 

¡Perdóname! Ahora ya lo entiendo, sé que estás enojada por eso. 

Te extraño. Me dueles. Cómo me haces falta. ¡ay, que dolor! 

Esa ternura que sentía a tu lado, tan cálido eran tus brazos, 

ahora la noche solo es fría, triste, oscura, callada, fea…


Sé que estás bajo dos metros, recuerdo bien aquella tarde. 

Todos te enterramos en una cajita de madera áspera y fea. 

Te voy a encontrar, mi amor, ya solo me falta escarbar un metro. 

Ya sé que estás al otro lado, que no eres mía, ya lo sé. 

Pero voy a encontrarte y seremos felices colgados del tiempo.



Nostalgias


Después de un largo periodo de amor intenso, 

de amor mágico, de amor tierno, de amor amar; 

una tarde nostálgica le encontró en brazos de otra. 

Ella decidió que era mejor irse, largarse de su lado. 

Pero, ¿dónde estaría certeramente sin él? 

Ya no va a los lugares de siempre, los parquecitos son ahora lugares desconocidos, 

los cafés, los cines, los bares, hay que eludirlos, 

esos también tienen, desgraciadamente, algo de él.


Por las noches él se multiplica, 

tiene total libertad para vivir en ella,

 y total plenitud para vivir sin ella, 

¡Pobrecita! ¿cómo se larga uno llevándose todo?

 Hay que reemplazar los recuerdos: piensa.

 Se viste, se maquilla, se arregla: está bonita.

 Los hombres la coquetean, la invitan a salir, 

en plena plenitud ella decide que no, 

entiende que no quiere a nadie más que a él.


Se resigna y se decide a escoger a uno, 

con el tiempo le llegaré a querer, se dice. 

¿Será que el amor es cuestión de tiempo? 

De pronto está decida a elegirlo, luego piensa, 

¿el amor se elige? Se lamenta, pero se decide a estar con aquel. 

En ese amor vespertino que le ofrece aquel, 

ella intenta vivir sin recordar a él. 

¡Fracaso! ¡Total fracaso! 

En cada cosa que hace aquel está él. 

Aún lo quiere, lo acepta al fin.


¿En qué lugar estaría certeramente sin él? 

Siempre lo supo, o si no, era cuestión de tiempo. 

Pero hoy ya lo sabe: solo existe un lugar. 

Ella se mete en el armario, 

con un metal pesado acaricia la tentación, 

el olvido la seduce con su ancha felicidad,

 ella jala el gatillo… 

¡Por fin! Un lugar sin él.

Por ahí una notita sobre la mesa: 

“las nostalgias también matan, 

a veces las balas no, 

lo sé, porque yo morí de nostalgia”.


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Biografía: 

Nació en el año 2001, en algún pueblito lejano que se esconde entre cerros y neblinas. Actualmente vive en la ciudad de Trujillo, estudia la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Trujillo (UNT). Hasta el momento no ha realizado ninguna publicación, no obstante, ha escrito diversos cuentos y poemas. Le gusta el anonimato, ya que, quizá heredó, de alguna manera, el espíritu tímido y conservado de Ribeyro, por ello, todos sus trabajos siempre se publicarán bajo un seudónimo.

domingo, 23 de octubre de 2022





Gallinazos volaban raudamente haciendo círculos entre unas abigarradas nubes que pugnaban por cubrir al lejano Sol que caía impasiblemente para desangrarse sobre el horizonte, tiñendo el manto celeste de una cromática nostalgia. Surcando el crepusculo, esas aves sobrevuelan los verdes e imponentes cerros y montañas de la sierra ayacuchana, como si esperasen el momento oportuno para posarse sobre el antes floreciente valle, ahora campo de batalla.

-         ¡me rindo, por favor, me rindo!

-         ¡Tira tu arma al piso y ponga las manos en la nuca!

-         ¡Está bien, pero no me hagan daño, se lo ruego!

-         ¡Contra el suelo carajo! ¡A la tierra boca abajo tírate!

-         ¡Me obligaron a pelear, yo no quise, se lo juro, no me mate, señor!

-         ¡Calla la boca y haga caso inmediatamente, mierda!

Ni un ruido se escuchaba después de todos los estruendos de los balazos, sólo los gritos hacían ecos que retumbaban en los lejanos cerros de hierba y pierda. Casi toda la tarde había durado la feroz lucha, ambas tropas batallaron encarnizadamente hasta quedar reducidos a unos cuantos hombres. Pero terminaron venciendo las fuerzas militares, el joven sargento Juan ya tenía bajo la planta de su bota al último rebelde que se había quedado sin municiones ni compañeros. Lo veía tendido y temblando sobre el yermo gras escuchando sus súplicas, pensando en darle el fulminante golpe como a todos los que había atrapado en esa situación. Sin embargo, su implacable actuar se vio trastornado, no por el cansancio ni por las súplicas de aquel hombre, sino porque, arranchado una vez su pasamontañas revelando así su rostro, el joven sargento Juan reparó en algo de lo cual no se llegó a saber nunca nada, pero que inexplicablemente lo sumió en una perplejidad como de quien devela un misterio incognoscible en un viejo recuerdo. En el completo silencio, el pensamiento de sus memorias se mezclaba con el chillido del viento, de los gallinazos, de unas gaviotas, de olas…

 

-         ¡Aaaasssuuu! ¡Mira mami esos pájaros, mira, mira esa laguna que grandaza que es!

-         Se llama mar, hijo. Anda, pero no te alejes mucho.

-         Solo quiero ir acasito pa’ meter mis pieses.

-         Pero ten cuidado con las olas, que ahí no es como en Punkucocha.

-         ¡Alalay! Está recontra fría. ¡Pprrrffff! Esta agua es recontra salada.

-         ¡No la tomes! Ya ven, ven para acá, hijito.

-         ¡Ya, ahoritita!... Ma’, verdad ¿y mi papacito? ¿no vendrá aquí a la playa con nosotros?

-         Se tuvo que ir en la mañana antes de que despiertes porque tuvo que regresar urgente allá al pueblo, no te preocupes, ya lo alcanzamos mañana, Juan.

Cuando volví a mi pueblito, todo lo hallamos destruido, nuestra casita estaba derrumbada como nuestro porvenir, es que a papá no lo encontramos, nunca más lo vimos ni a mis hermanos mayores, pues como contaban los vecinos entre lágrimas como vinieron varios encapuchados que arrasaron con todo, incluso llevando a varios hombres y mujeres, y nosotros tristes y desamparados nos fuimos a buscar fortuna allá en Trujillo, donde mi padre tenía algunos hermanos, donde mis tíos nos acogieron en su pequeña casa familiar, por un tiempo, mientras mi madre trabajaba vendiendo frutas en el mercado y yo empezaba a ir a la escuela, así pasando lo que restaba de mi infancia y empezaba mi pubertad y adolescencia, hasta que ella enfermó de tuberculosis y tuve que abandonar los estudios para trabajar todo el día, vendiendo caramelos, lustrando zapatos, limpiando parabrisas, haciendo maromas, vendiendo diarios donde me enteraba como el país se iba al demonio, y así un sinfín de peripecias pasé en una ciudad indiferente de una sociedad indolente como la peruana en la década donde gobernaba Alan García arruinando el país, hasta al punto de que la paupérrima situación me hizo llevar a mi madre hasta Lima para que se cure mejor, para encontrarme con una situación peor porque en esos días en la capital todo era un caos, por eso un día que trabajaba por la calle de la capital, unos policías en un batida me pidieron identificación y resultó que yo tenía el mismo apellido que unos terroristas buscados, me detuvieron y me interrogaron, yo no sabía nada, sólo que era un completo ignorante que sólo tenía esa perra vida y a mi santa madre, que pensaba que mi padre y mis hermanos estaban muertos, quizás me creyeron, pero de todas maneras me llevaron forzadamente a las filas militares con la promesa de ayudarme económicamente a mí y a mi madre a la que hicieron regresar a Trujillo cuando estuvo mejor para yo irme y despedirme hasta no se sabe cuándo, tan solo siendo un mocoso de 16 años, para aprender todo lo que se aprende en el arte de las armas, para saber cómo matar sin ningún remordimiento hasta a tu propio hermano, a los cuales nunca creí poder encontrar porque cada batalla en la que participé, con una profunda incertidumbre, era una trifulca de nadie sabe quién a quien matas, sólo haces el deber que te ordenan y así recorriendo, disparando, matando en cada pueblo de la sierra peruana a los supuestos rebeldes, ganando condecoraciones, sobrevivía con la remota esperanza de volver a ver a mi madre y con el sempiterno terror en medio de esta guerra.

 

-         Qué ocurre mi sargento. Ya acábelo de una vez para poder irnos.

-         No, lo dejaré ir. Es un rendido.

-         ¡¿Cómo?! ¿Usted hablando así? ¿qué le pasa?

-         Nada, cabo. Sólo que ya estoy harto de esto y cansado. No haga tantas preguntas. ¡Corra sabandija, antes de que me arrepiente!

-         Se lo agradezco, gracias, gracias.

-         ¡Lárguese de una vez, carajo!

“Toda esta mierda se trata, al final, de personas que no pueden perdonarse. De un supuesto poder contra otro. Yo no he tenido educación, pero sé que todo esto acabará cuando se aprenda de compasión, y ya quiero que acabe esto para mí”, pensaba el joven sargento Juan mientras se dirigía a recoger algunas cosas disimulando el terrible cansancio que lo invadía. En el momento que sus soldados se disponían a hacer lo mismo, repentinamente se escuchó un disparo que provino no se supo dónde. Juan miró a su pecho y se palpó la hemorragia por donde manaba su sangre que caía en la húmeda tierra, cayendo después él de rodillas. Sus compañeros inmediatamente se dispusieron al contraataque con las sombras que salieron como de la nada de entre los árboles y a él le quedaron unas últimas fuerzas para dirigir su mirada a donde estaban las finales luces del atardecer, sus últimos segundos se le fueron contemplando el excelsitud del cielo que ya no parecía tener temporalidad. Sabía que ya no le pertenecía todos los problemas, todo el dolor, toda la sangre derramada que vio a lo largo de su vida que tampoco ya le pertenecía, que ahora le era tan fugaz mirando la bóveda infinita tras las nubes oscuras y palpitantes. Esbozó una moribunda sonrisa antes de caer completamente de bruces entre flores manchadas. Ya no escuchó nunca más los disparos que llegaban de todos lados.

Ya era de noche y los gallinazos aguardaban cerca, en la copa de unos árboles.