El bolero de la mandrágora
A Eduardo Olguín
•
Eduardo
Morales suele hurgar los by pass de madrugada, buscando al espíritu meón del
humor negro. Esta noche me despertó a las cuatro de la mañana para contarme que
halló a Pantaleón Pantoja bajo el by pass del óvalo Coca Cola; entre orines,
condones y murales lisérgicos. Fue degradado a soldado raso, según le contó; y
mostraba serios episodios de estrés post traumático: se comía las uñas, se
cacheteaba la cara y cantaba “Arriba, arriba, arriba el Perú…”
-Hay
un muchacho de 25 años llamado Tuluz; su deseo -aunque más parece arrechura de
soldado de trinchera- como muchas veces escuché en sueños, es encontrar a la
meretriz Mambia de Jamaica, que labora en algún night de esta ciudad. El mocoso
quiere escucharla gemir en inglés y oír sus relatos de protestas en las costas
británicas; quiere abandonar su castidad en una encerrona de líquidos
culturales y bilingües. Llegué a esta dimensión porque siempre que Vargas Llosa
critica sesudamente al comunismo, se abre un diminuto agujero interdimensional
entre la Literatura y Bolivia. Así que completamente jodido y preocupado por
ese arriola, crucé veloz manejando un carro Ford, que reapareció justo bajo
este mugriento by pass donde se oyen ecos llaneros; luego el auto fue abordado
por un enmascarado que viéndome dijo "ajá, con que llegaste" y marchó
raudo -relató Pantaleón me dijo Morales; pero sigue aquí conmigo, te lo paso;
estamos tomando unas chelas, a la vez que le hablo del partidazo Peñarol -
Mannucci y miramos fotos de Tuluz. Baja al toque, chapa un taxi.
-No
la hago, mañana por la madrugada sí le caemos pero antes haces la llamada
ganadora a Rigoberto para encontrar a la tía -contesté semidormido. Moría de
sueño; pensaba ¿por qué carajos Pantoja es obsesivo con la castidad de este
Pitín Zegarra como para que viaje a mi ciudad? La conversa con mi pata había
despertado a mi madre; que adormilada, sintonizó La Inolvidable... sonando Percal,
te acuerdas del Percal. Previo a cerrar los ojos, canté bajito y al unísono
con Bienvenido Granda la juventud se fue… Luego pensé... ¡pero qué
bacán!, hoy en la noche conoceremos a uno de los personajes más bravos del
universo Vargas Llosa.
Cerré
los ojos, lentamente ingresaba al sueño y oigo por telepatía: Mi coronel
Murillo, tráigame un poncho, por favor.
•
Encontrar
a Tuluz no fue tarea ardua, pues lo hallamos afuera del cine Chimú a unos pasos
del Rigo que allí nos citó; sólo me sorprendió que la cara de Tuluz coincidía
con la de un gran amigo mío, y en efecto, era él. En el carro del Rigo fuimos
hasta donde Pantaleón; subió al auto: saludó a Tuluz diciendo la castidad no
más será una virtud. Tuluz agradeció, replicando ¿qué novela estás leyendo?
Rigoberto nos aseguró saber el paradero de la chica: que ésta fue separada de
sus padres y la mandaron selva dentro cuando ellos decidieron incorporarse,
adoctrinados de comunismo en Manchester y convencidos de que Sudamérica debe
ser liberada, al MRTA; que en la Plaza de Iquitos desde hace diez años, un
australiano anda desnudo persiguiendo la figura de la jamaiquina, enfermo
porque no salió de un viaje de ayahuasca. La chica sí que sabe agitar el
corazón, bros; ¡cuidado! -dijo el Rigo; ya los llevo, pero los dejo en la
entrada y arranco. Llegamos al lugar: eran las típicas tres de la mañana, con
sus postes moribundos y su luna mal agüera; y uno que otro taxi gualgo, que o
bien transporta a pasajeros fantasmas o a Fernando Ampuero escribiendo Taxi
Driver sin Robert De Niro. Rigo tocó dos veces el portón; emergió un rostro
fiero con una cicatriz, apenas bajo el ojo derecho. Pasen, dijo. Espeso olor a
cerveza, desesperanza, fluidos sexuales, saliva y sudor pobablan por completo
el ambiente lascivo y fantasmagórico. Yo osado, le pregunto al de la cicatriz
¿y la jamaiquina? Bueno, bueno, causa, para eso se paga más… pero ya que vienes
con ese soldado; vengan, vamos al bar; allí hay una puerta para acceder a un
sótano. Bajamos.
El
escenario aquí se hallaba en las antípodas de lo que ocurría en el primer piso;
en éste había un orden sofisticado y estricto: escritorio pulcro, biblioteca
con clásicos de la literatura universal y discos de jazz y vals criollo
dispuestos en estantes de roble; además de un añejo equipo de sonido made in
Cuba, reproduciendo un vinilo de boleros. Dada nuestra impulsiva curiosidad
nos fijamos en el escritorio; de espaldas un hombre cano tecleaba una máquina
de escribir, con rectitud dramáticas. -¿Así que estás aquí, Pantaleón? -dijo el
anciano, haciendo una pausa en su labor, colocando sus lentes sobre el
escritorio. Pantaleón, volvió a decir el hombre cano, escribiré un relato donde
cierras el portal dimensional en Cochabamba… pero descuida, escribiré además
que creas otro donde llegas a un paraje que cesará tu miedo; pero dónde
llegarás te lo diré en privado, ven conmigo. En un rincón cerca a la
biblioteca, el viejo sirviendo un vaso de Pilsen Trujillo a Pantoja, le
confesaba dónde aparecería. La conversación se detiene; el anciano nos mira
agudamente a los tres, Pantaleón luce sereno.
-Tú,
muchacho... Mambia está en ese cuarto al costado del equipo de sonido; ella
sólo es un mito creado por mí para atraer a solitarios borrachos al primer
piso, pero nunca descienden a mi guarida porque les borra la memoria con un
beso en la frente y van frenéticos hacia las prostitutas, pero tú viniste con
Pantoja -le dice el anciano a Tuluz, y agrega: Sólo aquí abajo puedo escuchar
historias patéticas y heroicas, provenientes de aquella pocilga de arriba, que
merecen ser noveladas. Es reconfortante saber que leíste mi poco feliz libro de
cuentos donde la menciono; intuía que un solitario como tú la extraería a este
plano. Nadie existe allá arriba; ese hombre de rostro enfadado pertenece a una
novela que nunca publiqué. Ya entra, entra, muchacho; esa cara de jabalí en
celo la he visto antes. Mi amigo ingresa corriendo; una luz verde fosforescente
ilumina la habitación.
-¿Y
ustedes dos? -con voz desafiante pero amigable, pregunta el hombre cano. Mi
nombre es Alfredo; yo soy Eduardo; somos aficionados a la literatura. En ese
instante Morales sufrió una metamorfosis: nariz dorada, traje de astronauta sin
casco, peinado mohicano y plateado; e incorporó riendo, quiten esa mala cara
compadres, que los va a matar esa amargura… esa amargura… esa amargura… pero si
tengo esta mala cara es porque mis zapatos pesan cien kilos más que mi fe
católica. El anciano y yo sonreímos; pero Eduardo reía con tal éxtasis, que
arriba el hombre furioso alzó las cejas y se permitió un segundo de sonrisa. Mi
amigo muy enfermo de risa, ingresó a un estado de pleno relajo; luego abrió
completamente los ojos, emergiendo luces rojas de estos, diciendo Alfredo, él
que está a tu lado es Mario Vargas Llosa. Tuluz desde el cuarto ¡¿quéééééééé?!
pero nunca salió el muy arriola, Pantaleón se miraba frente a un espejo que
reflejaba saludos militares. Por mi lado, sorprendido pero no intimidado, dije:
Es de ptm conocerte; con mi idioma español fortalecido te pregunto ¿qué fue del
Poderoso Ford? Vargas Llosa sonrió con las manos entrelazadas y nos dijo
bienvenidos; incluso tú Tuluz. Eduardo regresó en sí, y cantó -con voz burlona-
tabaco, tabaco, tabaco y sucede esta pegada aleatoria donde Mario conoce a tres
peruanos que creían en El monstruo de los cerros y miraban Pompinchu. Todos
reímos; incluído Pantaleón, el ultra pajero de Tuluz y Mambia que reía diciendo
you are an motherfuckers, buddies.
•
Eduardo
con nariz dorada, traje de astronauta sin casco y corte mohicano plateado
levitaba inexpresivo; pero olía en sus ojos que deseaba descansar, que quería
crear con solo desearlo una silla para distenderse. Vargas Llosa y yo dejamos
de reír, y nos mantuvimos en silencio: ambos nos imaginábamos bebiendo unas
espumosas cervezas alemanas con Feinhals e Ivana, en el bar Queirolo de Lima;
nos veíamos animados y dispuestos a pedir una segunda ronda de heladas, pero
Mario salió de sí, y me dijo ¿así que también con héroes literarios ejemplares
que patearían culos abusivos? En efecto, respondí; estoy convencido de que
Feinhals debe patearle el culo a Fujimori pero con botas militares compradas en
el mercado negro donde los chilenos las compran para patearle el culo a
Pinochet y los venezolanos a Chávez. La risa de ambos volvió. El tipo de arriba
se permitió una segunda sonrisa y los borrachos iniciaron lastimeros relatos
que las meretrices oían embotadas de noche y cansancio. La madrugada señoreaba
en Trujillo; desde el mar de Buenos Aires idílicos cristales de sal y agua
estimulaban la memoria olfativa de los que estábamos en el burdel y el bunker.
-¿Con qué eres Alfredo? -dijo Mario. -Alfredo Murillo; me llamo así porque jode
tener treinta y dos años, y no elaborar buenos flashbacks y raccontos como un
mediano escritor de treinta y dos años que ama la Literatura -contesté, en
tanto respondía un mensaje de WhatsApp.
La
redacción del mensaje tomaba segundos, segundos que inquietaban al escritor;
por lo que exclamó, con la seriedad y dulzura de los buenos abuelos, dirigiendo
la mano a la barba para repasarla, ¿debe ser una persona muy importante para
que dejes la charla con un nobel de literatura? -Sí don Mario, es mi novia
-respondí, echando un vistazo a todo el ambiente: Eduardo levitando, Tuluz y
Mambia en el cuarto gimiendo como puercos; pero no hallaba a Pantaleón, por lo
que regresé la mirada a Vargas Llosa para seguir conversando y descubrí una
chispa en su pupilas: en ellas veía cómo imaginaba a Pantoja cruzando otro
portal; dos segundos después, desplazando mi mirada a la derecha, mis párpados
contemplaban asombrados que Pantaleón estaba reducido a solo piernas
evaporándose, en aquel mismo rincón donde momentos antes charlaba con Mario.
Superado mi estupor pregunté: ¿don Mario qué es realidad y qué es ficción, es
la letra a del abecedario idéntica a la que pronunciamos? Eduardo despertó
sintiendo curiosidad por mi pregunta pero rápido retornó a su catatonia; Vargas
Llosa y yo nos miramos hacia dentro por un breve momento hasta llegar a
Arequipa y Chepén, después nos perdimos contemplando la luz fosforescente de la
habitación de Tuluz y Mambia que era tan potente como la filosofía misma.
Cuando de pronto Vargas Llosa, como hombre del llano, liberó una confesión: al
Rigo, el hombre que los trajo en carro aquí, lo conocí afuera del cine Chimú,
el día que fui a documentar historias de ese centro cultural para un libro; él
pugnaba por entrar, porque estaba poseído por la creencia de que dentro operaba
un prostíbulo de mujeres barbudas y siamesas; entonces decidí que este hombre
sería quien transporte a los borrachos que leen el cuento de Mambia, y que
sería también éste quien la adorne ante ellos de adjetivos eróticos, luego se
sumió en el sopor causado por el aroma del mejunje de Sampedro, que el Rigo
preparaba allá arriba rodeado de borrachos y meretrices. Éste me escribió por
WhatsApp Flaco, más tarde caeré para preguntarle al tío, esta vez ya que se
deje de vainas, y me diga sobre las sirenas nadando en piscinas inflables
adentro de ese cine chonguero; el Tony Montana de arriba me cambió la llave de
la puerta por dos cox. Mi amigo de rodillas, mirando hacia abajo con la puerta
abierta, arrojó una manguera que echaba tibias humaredas de sampiter; desde la
puerta oía además nuestras sedadas conversaciones, para constatar que el cine
Chimú no operaba como chongo de fenómenos circenses.
Eduardo
-ya despierto-, el Nobel y yo nos sentamos sobre un sofá que estaba al lado del
escritorio y nos unimos tanto a éste, que mudamos a un solo organismo;
estábamos embrujados por el sampedro, por el lujurioso olor que provenía del
cuarto de la jamaiquina donde Tuluz la penetraba disfrazado de enano circense,
y por el dulce y borrascoso bolero doos gaardeniaas para ti, con ellas quiero
decirr. Nuestros seis ojos se transformaron en un animal salvaje, que
repentinamente siente calma; relajados, miramos en simultáneo la pared del
fondo del búnker. En ella pendía una inédita foto enmarcada del Che Guevara
-que sólo poseen los primeros y más grandes izquierdistas, que vivieron los
agitados aires de la revolución cubana- : estaba el Che junto a García Márquez;
el Che vestido con una blanquísima guayabera y García Márquez usando un rotundo
traje de guerrillero; ambos ampliamente sonrientes, con la revolución
tintineándole en los ojos, circundados de vegetación y chozas. Después, como un
fatigado parpadeo, lentamente apareció Pantaleón Pantoja en la fotografía: en
medio de ambos, abrazándoles, colmado de sonrisa… y con una chispa en la mirada
evidenciando que rebeldía e inteligencia no son incompatibles.
Con
los tres sumergidos en el trance de la fotografía, y Tuluz junto a Mambia
conversando cómo Inglaterra recibió inmigrantes jamaiquinos en sus costas, se
anuncia dentro del búnker un tercer bolero que fermentado con malas horas
lujuriosas, melosos borrachos cantineros y dulces peleas de gatos callejeros
despliega su tristeza caribeña Loos aretess que lee faltaan a la lu´na loos
tengoo guardadoss paraa hacerte un collaar… El Rigo sabiendo que el Chimú
ya no es más un chongo porque oyó a Mario decir en ese cine no hay humanidad,
hay sólo fantasmas y desperdicios, lo tengo todo registrado, va en pos de otros
aretes que están en el fondo del mar para así ganar las caricias de las
lujuriosas almas en pena, del viejísimo cine. Soon mi únicaa foortuna y te´
los voy a darr…
•
Abro
los ojos: son las cinco de la mañana de un sofocante verano limeño del año
1998; aún el sol no ilumina sus dominios, pero en mis oídos todavía suena ese
viejo bolero cubano que mi abuelo escuchaba en Chepén. El sueño me había
trasladado hasta la norteña Trujillo, ciudad que visité dos veces; miré al
techo, esperando que abra sus puertas para mirar al cielo y preguntar a las
alturas por qué ese sueño; no se abrieron. En la t.v -encendida porque es
función suya ser talismán para alejar mis pesadillas- transmitían los
pormenores del Festival Internacional de la Primavera de Trujillo, que ya
estaba por finalizar -era un programa repetido, de esos que auxilian a los
insomnes. Concluye el programa; son las seis de la mañana e inicia el himno
nacional, y es en la mitad de éste, que el televisor se apaga abruptamente, y
en su negra pantalla aparece el rostro anciano de Vargas Llosa, que estirando
su mano me dice Vamos a festejar; has creado un universo alternativo en
Trujillo del año 2021: El Rigo es el alcalde provincial, Eduardo Morales
presidente del Perú, Tuluz y Mambia congresistas y ahora mismo hay un concierto
en la azotea del edificio Servat celebrando la legalización de la marihuana y
el ingreso de capital finlandés para potenciar industrias, colegios, comedores
populares, hospitales y burdeles en La Libertad, una clara victoria del
descentralismo; toma tu mochila, y entra por la pantalla. Así lo hice; delante
del carro Ford que el Rigo usaba para transportar a los hechizados por Mambia,
Pantaleón -con acento cubano- me dice Vamos, vamos a vivir, vamos a lanzarla al
concierto; desde dentro del televisor, apoyados de espalda contra el auto,
observamos que mi techo despliega sus selladas alas; y desde más allá de la
estratósfera escuchamos una voz estentórea pronunciar:
¡Viva el Perú carajo!
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