He
hablado de más.
Como sea, pienso en un cuento de fantasmas.
Pienso en un cuento sobre fantasmas que se sienten solos y que asisten a grupos
de apoyo. Y entonces uno de ellos, el más nuevo de todos, coge el micrófono y
dice:
- Hola, me llamo Boor.
Y todos:
- Hooolaa, Boooor…
- Quería decirles que esta es mi tercera reunión
con ustedes y siento que por fin estoy listo para contar mi historia…
Boor saca unos papelitos de su bolsillo. Luego
se afloja el nudo de la corbata. Luego se aclara la garganta.
- Morí en 1976… –dice.
Y entonces la luz se apaga. La luz, el
micrófono, todo se apaga. Y al fondo del auditorio hay otros dos fantasmas
apoyados en la pared.
- Parece que ya no tenemos nada que hacer aquí,
Judith –dice uno de ellos.
Y Judith es el fantasma de una señora gorda.
- No me importa, John –contesta Judith–. No me
importa. A mí solo me importa que soy un fantasma y que estoy gorda.
Solloza. Luego continúa…
- Estoy tan gorda que si quisiera atravesar esta
pared, me tardaría tres días en llegar al otro lado. Estoy tan gorda que si
apareciera de repente en tu baño y me echaras al inodoro, seguramente mi
ectoplasma atascaría tu inodoro.
Ja.
Tomo un sorbo de té. La taza está caliente y me
quema un poco las yemas de los dedos. Tengo las piernas dormidas. Pienso que
quizás llevo cien años frente al computador. A veces es así. No puedo darme
cuenta de eso. Creo que me voy a morir.
- Creo que me voy a morir –digo.
Emily me mira con los ojos muy abiertos.
- No –me dice.
- Está bien –digo.
- ¿Por qué dices que te vas a morir?
- No sé, solo lo dije por decir…
- Bueno. ¿Sientes que te vas a morir?
- No estoy muy seguro –le digo–. No siento nada.
Luego pienso en aquella vez que hice llorar a
una chica tanto que la chica empezó a temblar y a moquear y yo solo estaba ahí
mirándola como una piedra.
- Estoy escribiendo un cuento sobre una chica
que llora –digo.
Emily está viendo un video de perritos tontos en
su celular. Hay uno de un pomerania blanco que cae lentamente por las escaleras
y al final explota como un tanque de gasolina. Los dos nos reímos. Quizás yo me
río más que ella. Más tarde hacemos el amor y después yo le pregunto si todo
está bien y ella me dice que está pensando en mandarle dinero a su mamá. Pienso
que yo también debería mandarle dinero a mi mamá. Pero no lo hago.
Esa noche sueño con lagartijas detectives que
solo usan sombreros y sacos con hueco y trabajan en agencias mal iluminadas y
viven en callejones sucios. Y la noche siguiente sueño con un bar gay en el
centro donde todos los tragos tienen nombres incómodos, ¿sabes? Incluso las
cervezas tienen nombres incómodos. Cada vez que uno va, tiene que acercarse al
barman y susurrarle algo cochino al oído, tipo: ‘dame una corrida en la cara,
por favor’, si quieres una piña colada, o ‘ponme dos dedos en el culo’, cada
vez que pides un Baileys. Entonces el barman te pregunta:
- ¿Quiere sus dedos en el culo con hielo?
Y tú contestas:
- Sí, por favor.
- ¿Y para su acompañante? –pregunta el barman.
- Para ella, lo mismo –contestas.
- Entonces serían cuatro dedos –dice él.
Y tú dices:
- Sí.
Bueno. En mi sueño estoy en este bar. Quiero
beber algo pero no quiero decirle ninguna cosa rara al barman. Pruebo pidiendo
un whisky.
- ¿Whisky? –me dice él–. Aquí no tenemos ningún whisky. Aquí solo tenemos Fóllame por
detrás.
- Bueno –le digo–. ¿Me das uno de esos?
- ¿Disculpe?
- Que si me das uno de esos, por favor…
- ¿Un qué?
- Mira, amigo, la verdad es que no te voy a
decir eso que tú esperas que diga. Eso no va conmigo. ¿Puedes solo darme un
whisky, por favor, un whisky cualquiera?
El barman me mira con resentimiento. Luego me
sirve el whisky.
- Un Fóllame por detrás –insiste–. Servido.
Bebo mi trago sin prisa. Trato de no pensar en
nada que no sea beber mi trago. Estoy mirando el fondo de mi vaso y jugando con
mis dedos y mirándole las uñas al barman. Suena Barry Manilow.
- Mierda –dice un tipo.
Está a dos bancas de mí.
- Mierda –repite.
Siento que va a gritar.
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