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jueves, 1 de junio de 2023

El retorno de Alicia

 



Vi a Alicia descender por una madriguera

hasta llegar al bolsillo izquierdo de mi camisa de fuerza, quise seguirla, toqué sus dedos como teclas de piano sus muslos ardientes a través del cerrojo de una puerta por donde yo solo conocía el placer con los ojos afilados en forma de lágrima. La llevé hasta la Plazuela para contarle la historia de aquella civilización de estatuas que sin permiso dominaban al clima. Alicia arrojaba estrellas cristalizadas en sus palabras como colecciones esquizofrénicas de imperios con asma, los cuales hacen del lenguaje, jadeos y orgasmos purísimos. Alicia sollozaba mientras yo le preguntaba sobre sus alucinaciones, esos primeros intentos por permanecer oculta bajo los continentes del pasado, y sus amores de cometas musicales entonados para la futura resaca de mi verbo insólito. Su infancia junto a ese barrio marginado pero maravilloso cuando ella dirigía al aire sobre una bicicleta. Sus facciones al reconocer que estaba perdida a punto de ser decapitada por confiar en seres imaginarios, raramente agradables quienes la guiaban asegurándole que no había otra Reina para sus Corazones. Que yo recuerde, Alicia dijo que su país estaba donde se escribiera un poema largo como caída sin retorno, que se quedaría conmigo aunque nos faltara poco tiempo; pero quién quiere seguir siendo una chiquilla ilusionada cuando se pueden romper todos los espejos. Ya era tarde para retenerla. Alicia dejó de frecuentar los parques, donde embriagado solía hacerle un caligrama parecido a esta urbe destruida por tantos hoteles clausurados, que ahora me la recuerda tanto; un viejo mapa luminoso sin gravedad entre espasmos y jardines lejos de cualquier paraíso perdido, como una historia clínica jamás reclamada. Pero no fue suficiente con dejarme, también debía alejarse de todos aquellos que la vimos crecer. (Alicia tenía a alguien más esperándola en casa) Yo que le regalé jaulas de oro vacías, entendí demasiado tarde que era necesario encontrar la llave que la hiciera libre, antes de culpar a las nuevas enfermedades del siglo . Por eso, que hoy deambulo destrozado y herido tumbado sobre las aceras desgastadas como el lomo de un animal disecado, aferrado a contemplar las cosas más humildes, entre los corredores de esta ciudad universitaria, y declarado culpable ante el juicio de la ruina. Exhalando a solas el humo de una vieja oruga agonizante, para que así, mi memoria sea el último cinema bizarro capaz de proyectar escenas inéditas. Como una enorme bestia poseída, vigilando las azoteas del fin del mundo, mi locura muere si ella deja de pronunciar mi nombre y mi llanto adormece el pulso de las manecillas que danzan para la hora final. Y mi cuerpo, se convierte en un refugio nuclear en llamas, tallado con silabas nocturnas donde ella nunca más volverá a amanecer. Porque Alicia al fin ha regresado y yo, he de resignarme a ser aquello que no me atreví a reconocer desde el principio. Con mis delirios, esa pata de conejo blanco en el cuello y mi sombrero. De, Sanatorio.
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Eduardo Saldaña.

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