Buscar este blog

martes, 20 de octubre de 2020

LUIS ARTURO CASTRO - EL VIAJE DE ESTUDIOS (SERIE:CUENTO)


 








A mis amigos del A.T.S. 



De todos los días de asistencia al colegio los días miércoles tenían algo especial. El profesor José Chunca era un tipo serio, tenía la mirada fría, pantalones apretados a la cintura y anchos en la basta, gustaba del color crema y marrón, un cinturón ancho que señalaba bien la mitad de su cuerpo, todo iba a tono con sus zapatos, unos mocasines de color marrón que nunca los sacaba. Gustaba mucho de la puntualidad, disfrutaba de ella. Sacrificábamos minutos de nuestro recreo solo para llegar temprano a su clase, te demorabas un poco y tu nariz topaba la madera de la puerta del aula. 

Los miércoles sucedían hechos que recordábamos toda la semana, había clases de Historia con el profesor José Chunca. Había un ingrediente especial en su manera de enseñar, distaba mucho de Don Nardas o Chatón, maestros que se prestaban para la chacota, a fin de año te hacían sufrir un poco, pero luego te aprobaban sin pena ni gloria. Volviendo al profesor José, él creía que no solo en un salón de clase se impartía conocimientos, formaba a la persona y se lograba los aprendizajes; sino; cualquier otro contexto era útil para educar y, vaya que recibía todo nuestro respaldo; “Los viajes de estudio” que realizábamos sí o sí era ese ingrediente que nos hacía olvidar su lado serio y estricto que tenía con todos. 

Ese miércoles de junio entró al salón, se sentó en su pupitre, un silencio invadió como de costumbre el panorama, colocó a un costado su viejo maletín negro, abrió su registro, cogió un lapicero Faber Castell color azul con punta dorada que llevaba en su camisa crema y empezó: Abanto, Áscate, Ávila… Al terminar la lista se puso frente al pizarrón y anunció: - el próximo sábado es el viaje de estudios, tengan todo listo, nos vamos al bosque de algarrobos Cañoncillo-. La emoción nos cubrió el rostro, pero se debía contener la explosión de júbilo, un ligero movimiento en falso y un ¡Qué te pasa! ¡Que tienes! ¡Fuera del salón! te condenaba a pasar el resto de la clase con el mentón pegado en el pecho. Toda algarabía se postergaba para la hora de salida. Cuando estas en tercero de secundaria tiene mucho significado los viajes, las bromas, el baile estudiantil, el desfile escolar en la avenida España y por ahí una que otra hazaña deportiva; cuando estás en tercero de secundaria el tiempo y la vida tienen un significado diferente. 

Los días transcurrieron y ya faltaba poco para el viaje, a medida que se acercaba la fecha en el salón los preparativos eran pan del día, se oía decir: hay que llevar cámara fotográfica, bermuda, repelente, a los románticos se les escuchaba decir que se iban a declarar y otras cursilerías más y los más palomillas del salón mencionaban llevar un poco de vino y ron con coca cola; en fin, todos planeaban a su modo la realización del esperado evento. 

Ya faltaba tan solo un día y ya casi al final de la clase, Cáceres, el brigadier del aula, desde su lugar la primera fila pegado a la pared, se puso de pie y pidiendo permiso a la profesora Martita pronunció: Mañana es nuestro paseo no vayan a faltar 7:00 de la mañana todos en el frontis del colegio no se les va a esperar, así que duerman temprano y preparen con anticipación sus cosas, lo despedimos con abucheos, silbidos y por ahí vimos volar una que otra mochila. 

La ansiedad hizo que fuera una larga tarde y peor aún la noche, las 5:00 de la mañana nos despertó, alisté mis cosas, mi madre en la cocina también se lo había tomado en serio, sentado en la mesa al pie del reloj que colgaba de la pared del comedor veía como el pollo frito con papas fritas llenaban un taper blanco con tapa roja – Mucho- madre; le dije y ella contestó: los paseos siempre dan hambre, o sea sutilmente un cállate, siéntate que yo sé lo que hago. 

Mi madre me despidió en la puerta, me dio un abrazo, llevarás todo me alertó. Yo dije, ya mamá, solo es un día, regreso más tarde y salí apresurado, un viejo micro bus azul de la empresa Buenos Aires se acercaba botando bocanadas de humo y con un ruido de locomotora. Cuando llegué al colegio estaban ya casi todos, algunos estaban acompañados de sus padres, pero por ningún lado el profesor, era cuestión de esperar. Mirándonos las caras unos a otros pasaban los minutos y del profesor y del bus nada, ya marcaban las 9:00 de la mañana y un sin sabor acompañaba el frío sábado de otoño, fue entonces que se estacionó un taxi amarillo frente a nosotros, descendió el profesor José con un rostro que no era el suyo y mencionó: - estimados alumnos el paseo no se va a realizar. 

Tres semanas más tarde, el auxiliar “Munra” nos sacó del aula poco después de haber ingresado a nuestras primeras clases, había algo urgente que comunicar. El director Pescorán, lo anunció en la formación, el profesor José Chunca acaba de fallecer, un paro cardiaco a la media noche acabó con su vida, en ese momento se terminó: el día, la semana, el año escolar. 

Por él, por mi madre, por mis abuelos trotamundos y por ideales decidí ser profesor de historia y geografía; durante la época universitaria con los compañeros de aula y profesores viajamos mucho. En cada viaje sabía que en los asientos delanteros va el profesor José con su bolígrafo y agenda en mano y unos ojos curiosos listos para llenarse de nuevas experiencias. Siento que, en la extensa caminata entre los ichus, en cada paso por la pantanosa selva y al arenarse mis zapatos en la costa, el profesor José me mira satisfecho, pero fiel a su estilo él no sonríe solo observa. 

2 comentarios:

  1. Siempre es un placer leer lo que escribes, que nada te detenga.❤

    ResponderBorrar
  2. Bien hermano.. Siempre es bueno leer.. Siga pa delante... Abrzasos ala distaci
    Desde Chile...

    ResponderBorrar