el primer pedro
1
Oh Señor mío,
no estoy aclimatado para
vivir dentro de un cuerpo
porque en mi interior
mora el vacío
del que tristemente
provenimos.
Entonces Universo,
¿cuándo contactaras con el arqueólogo
que desciende hasta tus
tripas
nutriéndose de fósiles y
rocío
para saborear el polvo
del primer
cadáver humano?
Veo pasar mi vida
entre espejos iris y
ciudades, Universo;
porque las amapolas ya
no me confieren visiones ancestrales
ya que vibro eterno en
el presente.
Porque el propósito de
los estados alterados
es tocar el tímpano del
silencio sordo,
y así lo ignoto, libere
su perfume;
mas el olor es solo
encanto
y el efecto, falsa
sabiduría.
(¡Oh amapola!,
tu poder no radica
en beberte a través de
mi garganta;
tu poder reside…
en las garras del animal
que parasitas.)
2
Oh Señor mío, no te pido consejo para mi duda
de animal y hombre;
ni una sombra de Secuoya
Americana
para que repose mi
carnoso espíritu.
Solo quiero una
torrencial lluvia de peces
porque el hambre devora
al hombre con violencia;
solo quiero agua
cristalina en lugar de sustanciosas amapolas
porque la sed enceguece
el intelecto.
En palabras más
elevadas:
el hombre nunca estuvo
preparado para experimentar el paraíso,
pero reflejaba gran
talento para pecar por siempre y para siempre.
Y no es rebeldía, porque
la rebeldía suscita muerte;
sino es la única forma
de ser profundamente franco.
Mírame: Estoy de
rodillas sobre el planeta;
y mis palabras ascienden
en maravillosa sincronía
hacia lo más alto.
3
¿Así que Universo,
permitirás que el
arqueólogo siga descendiendo hasta la lava
mientras que los
cuervos, en todos los idiomas,
le advierten:
¿Detén tu marcha?
Señor mío,
¿cuándo mi gente
saboreará la dulce carne de los peces,
cuándo refrescarán sus
lenguas arenosas
con agua cristalina?
Cierto es...
que la humanidad no está aclimatada
para vivir dentro de un cuerpo.
ojo rumano
Es
complicada la noche
pasada las cuatro a.m.:
con el Sol en la puerta y el fantasma en el ojo
los pájaros de mal agüero
forjan en la pulpa
miedos de acero y olvido:
máquina que cuantifica y culpa;
perfección
pudriendo
las manzanas
del paraíso.
Satanás es quien cuida
la historia del Hombre en estas horas
puntuales
peliagudas
como cana
que fenece
coronada de gusanos.
No hay
en las costas de la vieja América
parejas fornicando
dentro de sus autos.
Por aquí paseaba la
Muerte yonqui
pero ahora descansa
el dios del edificio.
Mirar ahora es
en estos días
de tedio y plomo
lo más cercano a
romperse la rodilla
para calmar nuestra adicción
de cifra perezosa.
El Hombre,
hijo de la brújula y la bota,
hilvana
su ocio sangrante
bramando
como cráneo de suicida. Empero cercano está,
como una maldición rumana,
el movimiento de rotación que calmará nuestra ansiedad
de mercurio y cocaína.
contramarinera
La fiebre estimula la mirada periférica,
los puertos engordan a sus vírgenes con
música de opio;
como oración de moribundo el crepúsculo
enrojece
y
los piratas se abren las barrigas
llenas
de catecismo y furia:
cruces piratas para protegerse del Estado,
atormentados
irlandeses pensando en El Callao.
No se canta en alta mar:
se
teme
se
enfurece
se
pelea
pero no se habla del cabello o el fruto
pues el aroma del odio debe circular
entre
espinas de pescado
y
charlas negras.
Lejos de tierra, la noche es mal de ojo
y
el océano,
llanto
de mala hora.
No se duerme, en el hondo vacío,
donde
la soledad fornica.
Bajo narcóticas estrellas,
intoxicados de dólares y mente, doblegamos
a la náusea
para
que el Sol no se hunda
en
el cadáver de Cthulhu;
un olor a flor de muerto
empaña
las tres de la mañana
de todas las ventanas del Pacífico.