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sábado, 21 de enero de 2023

Steeven Johannes Flor Pio - Florentino Paz y Cielo Violeta - Cuento.


 

Florentino Paz y Cielo Violeta.


Temprano por la mañana, Esteban Florentino Pax se despertó con la imagen que reflejaba su espejo colocado a lado de la cama. Trató de ponerse de pie, pero sus extremidades desgastadas no se lo permitían. ¨Quizá si vuelvo a dormir me levante con más fuerza¨, pensó. A los minutos, Cielo Violeta, su esposa de 74 años, entró al cuarto y encontró a un hombre de avanzada edad, vencido por el peso de sus recuerdos difusos y conmovido por su vitalidad mermada. Había olor a muerte, melancolía y despedida en aquella precaria habitación, ¿era una premonición? Faltaban solo 10 minutos para la hora del desayuno. Al disponerse a servirse café se dio cuenta que el sobre estaba casi vacío. Florentino Pax comió un huevo duro, uno solo, despacio, sin prisa. —¡Qué cansado es el trabajo que he conseguido! —se dijo—. No tenía ningún trabajo. Era, en realidad, un recuerdo del pasado traído al presente. 

A los pies de la Bella Durmiente, conjunto de montañas en Tingo María que moldean la silueta de una mujer acostada boca arriba mirando las nubes tingalesas, Esteban Florentino Pax, presidente de la República del Perú entre 1972 y 1980, en una casita rústica, tenía una pollería con 4 mesas y cantidad similar de comensales. Antes fue el almacén del mayor de sus hijos, pero ante la crisis económica familiar se tuvo que adecuar un ambiente para el negocio de comida y, separados por una plancha de madera, dos cuartos sin amoblar. La pollería se llamaba ¨El Elegido¨. Siempre se sintió así: un elegido. Hasta hace no mucho se encargaba de asumir el rol de cocinero, mozo e incluso, cuando largas noches El Elegido se encontraba vacío, el rol de comensal. Pero sus problemas cardiacos, sus muslos debilitados, los ataques de paranoia y la demencia senil que lo agobiaba, lo habían obligado a contratar empleados, quienes recibían el sueldo mínimo. ¨Yo fui el último cojonudo que subió el salario mínimo, si no fuera por mí ustedes ganarían 150 soles menos¨, les decía a Maximiliano y Bulnes, trabajadores de la pollería. 

Cuando joven obtuvo unas becas académicas y realizó pasantías prolongadas primero en la Universidad de París IV Sorbonne y posteriormente en la Universidad Complutense de Madrid. Recordaba con lucidez que el 25 de setiembre de 1956 se recibió como profesional del Derecho, pero no precisamente esa fecha había quedado grabada en su memoria por ser el día de su graduación, sino porque ese día conoció a Cielo Violeta, jovencita delgada, sonrisita coqueta, personalidad atrapante, su esposa, su gran amor, la moderadora de aquel evento. Ciertamente ya ningún tema le interesaba más que la compañía permanente de su esposa, que a esas alturas de su vida hacía las veces de enfermera y cuidadora a tiempo completo, ni siquiera los juicios que tenía pendientes en las cortes nacionales y supranacionales por crímenes de lesa humanidad y violación de derechos humanos. 

Florentino Pax pasaba sus días en constante precariedad y una modestia permanente ajena a sus lejanas pretensiones de joven. Atrás quedaron los días de mítines multánimes en la Plaza San Martín de Lima, sus discursos cáusticos citando a García Lorca y la ovación de la masa que veía en él a un joven político ajeno al establishment desacreditado. Representaba la promesa de un futuro para su pueblo. Su principal arma era su verbo colosal y su discurso flamígero. Durante su estancia en el Congreso Constituyente se había posicionado como líder de la oposición al gobierno de Fernando Bermúdez Terrones, neoliberal de derechas, librepensador, quien tenía el alto mando de Gobierno por segunda vez, luego de haber recibido un golpe de Estado por parte de las Fuerzas Armadas el último año de su primer gobierno. Florentino Pax era inmisericorde en sus críticas al gobierno de Bermúdez y la población, cual ola enorme que se acerca a la orilla, se hacía adepta a sus planteamientos basados en el ¨Frente Único de Juventudes¨. ¨Esta consciencia nacional la he recogido a lo largo de todo el Perú, como un solo grito, como una sola voluntad. Es la voz del pueblo peruano, que en su momento de mayor miseria y dramatismo encuentra en nosotros una esperanza¨, proclamaba convencido ante la muchedumbre que lo escuchaba con atención y júbilo. ¨He escuchado al presidente de la República decir en Áncash que la producción del Perú sigue avanzando a ritmo acelerado, que la prueba está en que las compañías cerveceras han aumentado su producción. Yo no sé si el presidente estaba bajo los efectos de esa bebida, o no sabe que quizá el pueblo bebe más para olvidar las penas que le causa este mal gobierno¨ sentenciaba. 

Se presentó a las elecciones del año siguiente proponiendo una revolución en democracia, justicia social, progreso nacional, la reivindicación de la Peruanidad como bandera del Perú ante los demás países de la región. Ganó las elecciones avasalladoramente en primera vuelta. Sacó el 66 % de los votos. Fue un aluvión. Era el hombre de la hora, tenía una cita con la historia. Tenía tan solo 37 años. En su discurso inaugural frente al Parlamento sostuvo con emoción: ¨Pueblo del Perú, hice de mi campaña un grito de esperanza, ahora te pido que ayudes a hacer de mi gobierno un acto de fe¨. Esteban había concluido que, a lo largo de la historia republicana, los más amplios sectores sociales y las mayorías nacionales sentían poderosa atracción por los ¨hombres fuertes¨, gobernantes autoritarios que garanticen ¨seguridad¨ antes que libertad y él se esforzó —quizá de manera inconsciente— por seguir esa línea cuestionable de gobierno, por tener ¨mano dura¨. 

En el poder el tiempo pasó muy rápido. Fue un frenesí. Su gobierno fue malo, malísimo. Ahondó la crisis social y económica del país, grupos subversivos generaban caos y muerte, había escasez y devaluación. Peruanos emigraban a otros países y las protestas se generalizaron. El coronel Aliaga Paredes, de mirada de búho y sonrisa de oso, alto de estatura, pero de espalda encorvada, intentó darle un golpe de Estado la noche previa a la Navidad de 1976, pero fue detenido por un grupo paramilitar y asesinado en Huaycán escondiendo su cuerpo en el cerro Fisgón. No sería un hecho aislado. A lo largo del gobierno de Florentino Pax se asesinaron opositores políticos, a los que él, con sorna, llamaba ¨silenciados políticos¨. Era consciente del rumbo que había tomado su mandato, le pesaba, pero lo sobrellevaba; no obstante, en 1978, una tarde del verano de marzo, Florentino Pax vivió un hecho capital del que nunca se pudo reponer: la muerte de Dantón Florentino, su padre, hombre humilde, ancashino, político primario, a manos de uno de los grupos paramilitares que estaban bajo el mando de su gobierno. Dantón Florentino, papá del presidente de la República, se encontraba como todas las tardes saliendo de su trabajo en Casma cuando fue interceptado y llevado a las afueras de la provincia para ser fusilado con las manos amarradas y una bolsa en la cabeza. Había sido un error. Fatal error. Lo confundieron con un subversivo. Dantón había sido alcalde de Casma en Áncash quince años atrás. La noticia causó conmoción: ¨¡Asesinaron al alcalde Dantón! o peor aún: ¡Acaban de matar al papá del presidente! Hubo 3 días de duelo nacional. Esteban, presidente e hijo de Dantón, había conformado grupos paramilitares contra el terrorismo, los cuales, en las sombras eran en realidad instrumentos gubernamentales para asesinar opositores al régimen. Él había firmado el destino de su padre. Mandó a fusilar a los paramilitares responsables del asesinato erróneo y en público responsabilizó a los movimientos subversivos desplegando medidas de fuerza y justificando acciones violentas y asesinatos colectivos. Fue un parteaguas. 

A las horas de salir del poder en 1980 cayó sobre él una orden de impedimento de salida del país. Consciente de sus delitos, que él llamaba ¨culpas¨, y pasible de la fuerza de la justicia a la que había desacreditado durante su ochenio en el poder, tomó la decisión de esconderse en las profundidades del Ande peruano, conoció entonces la ¨arrugada¨ geografía andina —tal como lo diría John Murra—. Primero permaneció en Shunqui, pueblo olvidado de Huánuco, lugar donde nació su madre, luego en Pachas, distrito aún más alejado. Al ser descubierto por los pobladores locales huyó a Tingo María, entrada de la Selva. Allí se instaló, olvidado y exiliado en su propio país. ¨Soy el Raskólnikov que se va a Siberia¨, se decía a sí mismo. ¨Cielo Violeta es mi Sonia¨, se consolaba. Vinieron décadas de soledad, escasez y discreción. Su nombre no aparecía en los libros de Historia del Perú, su gestión presidencial no era mencionada en la enseñanza en los colegios. El Congreso de la República presidido por el Frente Liberal Próspero Perú, que décadas atrás había perdido las elecciones presidenciales en segunda vuelta contra él, suspendió de manera indefinida su pensión vitalicia, de modo que su principal fuente de ingresos económicos no existía más y sumado a los embargos judiciales, el despilfarro en inversiones truncas y sus cuentas confiscadas en paraísos fiscales, constituían la razón de su debacle monetaria. Pasaba sendas penurias. ¨Estos canallas se están vengando¨, repetía cada mañana. Esa noche como todas, siempre a las 7:15 p.m. —hora en la que antes acostumbraba cenar en Palacio de Gobierno— acostado en una vieja hamaca que colgaba de dos Cumala Colorada, leía en los periódicos que la población esperaba con expectativa el pronunciamiento del Supremo Tribunal que lo condenaría por el único de sus juicios que había llegado a etapas concluyentes: el aniquilamiento y desaparición de los presidiarios del penal de Cambio Puente en Chimbote ocurrido en 1976. ¨Cobarde y asesino, queremos a Florentino¨, gritaban los familiares de las víctimas. Él había ordenado la ejecución. El tema lo atormentaba, se sabía culpable, preso. Se refugiaba en los versos de Rubén Darío aún presentes en su memoria: ¨En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría. En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín. En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía, como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín¨. 

El gallo que erróneamente cantaba a las 11 p.m. ante la imponente luna de siempre, esa noche no cantó. El ex presidente de la República había muerto. Florentino Pax, otrora jefe de Estado de ego inconmensurable y ambición desmesurada falleció mientras recordaba extintas épocas de gloria, frente a frente con su condición humana, en aires de impunidad, acostado en su cama posada sobre cartón humedecido por la lluvia filtrada de su techo precario. El día todavía no había acabado, pero no habría duelo nacional en las siguientes horas ni exequias multitudinarias. Fue un infarto, asumió la familia. Al mayor de sus hijos se le pasó por la cabeza que quizá fue pena o culpa. Lo velaron a puertas cerradas sus 2 gallinas, sus perros Edison y Aaron, su gato anciano Ramón, un felino de grandes bigotes, y sobre todo Cielo Violeta, la última de sus partidarias, la ex primera dama de la Nación, quizá la única que hubiese vuelto a votar por él, su compañera vitalicia.

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DESCRIPCIÓN DEL AUTOR: Steeven Johannes Flor Pio, joven de 20 años, estudiante de Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), estudiante de intercambio por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), redactor de artículos en el Diario La Industria de Trujillo.